domingo, 13 de julio de 2008

FILMOCORTO 2008: (PARECE) VENTANA DE PRINCIPIANTES



La condición del cortometraje en nuestra cinematografía es la de la calistenia previa a la aventura del largo. Un quehacer práctico pro aprendizaje, asimismo una forma idónea para hacer pinitos y ejercitar la teoría aprendida. Entonces, si el cortometraje es una actividad de principiantes en busca de bagaje y experiencia, se justificaría por ende las deficiencias técnicas que podrían detectarse en sus "borradores", ya que no son más que simples ensayos celosos. Paradójicamente el aspecto técnico es lo más plausible de los varios cortos mostrados en la segunda versión del festival capitalino Filmocorto, gracias a las expertas y recorridas manos de algunos profesionales del medio, como de algunos otros jóvenes duchos en sus materias. Medianamente lamentable, porque las historias en el écran, los argumentos y/o guiones de los concursantes dan para el comentario ácido, con cejas fruncidas y gesto desanimado. Seguimos con el trascendental problema de narrar, con mucha pompa, realismo soso con tufillo existencialista. Filmocorto seguirá siendo un festival mínimo porque su calidad así lo señala.

I.

La primera sesión (jueves 10) inició prometiendo calidad estimable con Conversations II, de Marianela Vega Oroza, que con montaje animado superpuso fotografías y gramas de acompañamiento a los testimonios de remembranza de la madre y abuela de la autora. Una conversación nostálgica entre mujeres que sonríen al pasado. En cambio, 18k, de Mikael Stornfelt, divierte por la chabacanería de sus protagonistas. El engaño y el timo a la orden del día sin distinción para con sus víctimas. Falsos: un anillo de oro, 100 soles y una estatua "antiquísima" de San judas Tadeo, manipulados por 4 figurantes que interactúan para burlarnos.

Con dejo argentino se cuenta Hubo una vez dos días, de Renzo Vinatea Madueño, en la que una familia incomunicada vive sus problemas en soledad. Dos ajos, dos cebollas, una bofetada, bostezos -de parte mía- y the end. Los bostezos se repitieron y prolongaron gracias al pack experimental conformado por 1. Mantener el equilibrio, de Kiko Sánchez-Monzón, Las palabras no suenan, de Víctor Manuel Checa Belaunde y Purga, de Brenda Lack, con los cuales la teoría y la pretensión untaron la pantalla. La pureza que se reprime en el caos (en el de Kiko) y el paralelismo entre la redención y la culpa en el hombre (en de Lack), dan visos de exageración de las posibilidades, como en el caso de La chica del walkman, de Melina León, la cual fue una de las rarezas de la muestra. Una forma inusual de tratar la represión e incomprensión de un adolescente snob. Narrado en inglés, este cortometraje exagerado en lo simbólico extraña más de lo que manifiesta.

El reportaje se hizo presente con dos trabajos de distinta calidad. Los guardianes de barro, de Roger Neyra Luzuriaga, muestra a una familia de ceramistas, descendientes de los Mochica, hacer su artesanía en tiempos industriales. El discurso sensiblero de siempre sobre la preservación de nuestra ancestral cultura. Al rato, la página voltea hacia un ex delincuente, ya viejo, contando sus piruetas ilícitas frente a la cámara en La ruta de Perochena, de Miguel Villalobos Denegri. Vídeo animador de la noche por el florido verso de la jerga y la grosería del antes convicto, al narrar sus otrora delitos con sonrisa cachonda a pecho inflado. Orgulloso de sus hazañas, palabrea sobre lo que fue, cómo y por qué, aludiendo a su madre y centro de "estudios" como principales responsables. Siempre es simpático ver de cerca el rostro imperfecto de un variopinto personaje de superlativo trajín.

Miel, de Omar Gonzáles Pillado, es la mejor dirigida del grupo que abrió el encuentro. A Jimena Lindo, nunca antes vista más sensual desde distintos ángulos, se le percibe como víctima e inocente bajo el techo de un lujoso hotel limeño. Su regreso a la capital, junto a su marido, no le entusiasma a redescubrir los ambientes que antes la albergaron, pues reprimida en su miedo al pasado intenta distraerse en una cama espaciosa. Su hermana (Norma Martínez) y el whisky ahondan en su pesar para arrancarle lágrimas de melancolía y añoranza. Íntima y confortable.

Fin de sesión. Aún faltaban dos días.

II.

El viernes 11 ocupa menos butacas en la Sala azul en comparación al día anterior. Algunos rostros se repiten, muchos otros se ausentan. El reloj marca las 8:05, las puertas se cierran y la luz baja de tenue a oscura. El retraso de 20 minutos del jueves se cura por uno de sólo 5. El écran muestra muy grande el logotipo de Miray con la palabra "Reproducir" en el ángulo superior izquierdo antes de empezar la segunda jornada. Sonidos de canchita y murmullos expectantes...

Variedad hubo en la selección del viernes, lo que me obliga a dedicarle oraciones aparte a cada entrega.

La primera vez, de Roberto Barba "El Jarcor", parece una secuencia de una miniserie de canal 2. El chico calentón con la chica juguetona en un cuarto de hostal, toqueteándose antes de echarse uno encima del otro. La discusión estalla cuando la chica declara no ser virgen al macho lujurioso; de repente una charla informativa anti-SIDA de argumento pobre como parte de los parlamentos se entromete para intentar hacer didáctico un pasaje trillado. "Cuando tengan sexo, protéjanse", sugiere el "Jarcor" (¿o el "Candy"?) con sus 9 min. de propaganda.

Mucho se puede decir con sólo imágenes. Babalú, de Sofía Velázquez y Carlos Sánchez, retrata la cotidianeidad de un viejo repartidor de gas a tiempo completo. En las noches, coge un viejo libro, toma asiento en su cómodo sillón y toca la trompeta como en los tiempos en que dirigía la orquesta que da nombre al corto. La tristeza de ver el descenso de un artista según donde lo ubique la necesidad. La canción que toca con la trompeta parece llorar, como las imágenes en parsimonia que componen el vídeo.

Cajitas, de Leonardo Sagastegui Mantilla, es un juego dinámico y sincronizado entre cajas de fósforos y música incidental. Cajitas que al hacer caer una a otra formaban sonrisas en los espectadores de buen ánimo. El trabajo con menor valor cinematográfico se convirtió en la nota alegre del día. Premio del público según el "aplausómetro".

La pretensión existencialista al más alto grado. Un enredo de inintelegible calidad es Coma, de Gustavo de la Torre Casal, acaso el peor trabajo de ficción de toda la muestra. Tres personas atrapadas sin salida en un cuarto de hospital caen en cuenta al rato de plática que son la misma persona en distintas etapas de la vida. Sin mayor fin que eso, finaliza una escena dizque surreal con profundidad de un charco. Aprovecho la diatriba para hablar de Parábola, de Daniel Bustamante Phillips, en la que un tipo durmiendo figura sus sueños. Si no tomaba siesta esa tarde, Parábola me hacía dormir hasta la mañana siguiente.

El vestido, de Evelyne Pegot, es casi silente, asimismo efectiva. Un padre y su hija se trasladan de la zona rural a la urbana para instalar a la niña en un hogar con mayores comodidades. El despojo y sacrificio por el bien de lo querido es un discurso melifluo, pero el tino de la autora supera la convención para volverlo conmovedor. Otro buen ejemplo de las posibilidades de una puesta en escena sensata. Con un tema similar se presenta la notable Por mis hijos, de la radicada en Estados Unidos Aymée Cruzategui. Un documental testimonial de una madre que se apartó de su familia para trabajar duramente en Barcelona en pro de bienestar económico. Tan sólo 16 minutos fueron necesarios para que la lástima traspase la pantalla y nos haga sentir el pesar de la madre. ¿Acaso la mujer gorda de ojos llorosos y acento penoso fue la clave? Los elementos no determinan el éxito sino la mano ejecutora. Por eso, Por mis hijos, con relación a su competencia, marcó acentuadas diferencias, porque no deambula en su objetivo de mostrar melodrama verdadero.

El melodrama cerró ese irregular viernes. Un momento, de Valeria Ruiz Salas, pretende hacernos llorar a costa de la soledad y lágrimas de una anciana. Una idea para el guión de "Un momento II" es la de poner a un cachorro aullando frente a su plato sin comida. Siguiendo con el mismo género, La ausencia, de Gisella Barthe cierra penosamente la jornada. Un chico cuasi zombie anda por las calles cabizbajo e ido, sufriendo la pérdida de un ser querido. Este finaliza su periplo echado en el césped de un campo santo. La ausencia no conmueve, deprime.

El día acabó con sabor agridulce. La larga jornada se justificó ampliamente por la obra de Aymée Cruzategui, aunque hubo otras aceptables que merecieron la visita.

Haciendo alusiones a la calidad del certamen recuerdo las palabras de Edgar Saba, director del Centro Cultural, en la inauguración del evento cuando anunció que para el próximo año el festival sería internacional. Sin duda una buena noticia que ojalá vea resultados en la elevación de calidad de Filmocorto, que más parece la presentación ante amigos de trabajos estudiantiles que una competencia de obras de arte. A esperar dicha evolución.

III.

Los sábados son días misceláneos para cualquier mortal común o vago de a pie. Así que para hacer respetar la condición bandolera del fin de semana, jugué una pichanga perdedora el 13 en la tarde en San Borja. Sucio, sudado y rasguñado pagué mi apuesta de una Pepsi de 3 litros antes de energizarme con unas cuantas botellas marrones con dorado y espeso líquido. Cuando mis ganas bohemias estaban en franco ascenso, mi visión se topa con un reloj muy grande que marcaba las 19 horas. ¿Acaso la última jornada de Filmocorto no empieza a las 20? -me preguntó mi razón-. Yo, como responsable con mi oficio, dejé atrás la música bailable y las mesas de chingana para dirigirme al paradero más cercano y al bus con menos gente para intentar llegar a tiempo para el último lote de vídeos. Cuando aún seguía debatiendo en mi decisión de descansar en casa o finalizar mi encargo, me encontraba en el cruce de las avenidas Javier Prado y Camino Real, a diez cuadras del recinto, de la Filmoteca. Ya eran las 19:30. No obstante, había ya decidido por la opción que más vergüenza podría acarrearme, pues después del desgaste físico se recomienda un duchazo por higiene, además de una botella con Gatorade que sí portaba en mi mano, no una sesión cinéfila. Ya no importaba mucho, ya que estaba con varias onzas de licor en mi sangre, lo que me ayudaba a decidir rápido y mal, tal vez. El tiempo se alió conmigo esa noche, pues pasaba tan lento como mi andar en la oscura pero pasiva Av. Libertadores. Luego de varios pasos andados ví a la medianía las luces fulgurantes de mi paradero: Av Camino Real 1075, donde acaecería la última jornada del encuentro de cortos peruanos y no tan peruanos. 19:55 y logré llegar a tiempo.

Con poco Gatorade en la botella me acomodé en la butaca más lejana posible para no incomodar a alguien con el hedor que posiblemente emanaba. Estaba listo, con los ojos bien abiertos y con nada de sueño como amenaza para visionar y opinar con los sentidos al cien por cien. La Oroya, aire metálico, de Álvaro Sarmiento, el de arranque, fue el trabajo de mayor duración de todo el certamen. Casi 28 minutos de casos penosos de contaminación de plomo, arsénico entre otros gases metálicos, especialmente en niños, por el aire contaminado de la zona. Es un llamado de atención alarmante para la preservación de nuestro propio ecosistema, que se viene a menos por nuestras propias manos destructivas.

Si el viernes me molestaron Coma y La ausencia, el sábado dio lo suyo con Invierno Limeño, de Ernesto Barraza, Esperado amanecer, de Josué Miguel Chávez Guerrero, y de distinta manera, Todos y nadie, de Margarita Cobilich Rizo Patrón y Papá, de Mauricio Godoy. Tanto la de Barraza como la de Chávez buscan hondura en el dilema de enfrentar a la vida, en cómo hacerle un cambio de tuerca. Invierno limeño muestra a una pareja en crisis sentimental, de perfil lacónico y de miradas perdidas, que desquebrajan su costumbre y sumisión cuando aceptan que el romanticismo entre ellos se quedó en el tiempo. Llana y sosa, en sus 14 minutos no se muestra nada que dé nostalgia extrañar, mas bien parecen 40 largos minutos de vaivenes lentos e intrascendentes. Por su parte, Esperado amanecer pretende un drama mucho mayor con la sana intención de polemizar con la imagen pervertida o "humanizada" de un sacerdote, que colabora con el suicidio de su amigo de infancia, a cuestas que esté yendo contra sus propias normas del clero. Intento infructuoso de manipulación por la ubicación forzada de un individuo imperturbable (un cura) ante una situación límite.

Todos y nadie posee todos los elementos necesarios como para simpatizar con el público. Su mayor problema radica en la 0 originalidad de su directora, quien cogió el manual llamado Pulp fiction del que siguió hasta las comas con la sola variación de los rostros acholados de los figurantes. A Tarantino se le huele hasta en los fades. Distinto y menos resaltante es el caso de Papá, el cual comprende de sólo 4 min en los que se alternan paisajes naturales y fotografías montadas de quien parece ser el padre del autor (¿?).

Junto a La chica del walkman, Jacinta y su sangre, de Gonzalo Ladines, es de las mayores rarezas en toda la muestra. Un chico con el libido al ciento por ciento desea a su hermana para procrear hijos. Este mismo maniobra un chuchillo largo y afilado contra quienes intenten seducir a su hermana, motivado por sus celos incestuosos. No esperaba final más hilarante que el que se dio, con un beso apasionado y calentón entre los hermanos sobre un sofá a vista y paciencia de sus orgullosos padres. Una familia tan cariñosa que amedrenta.

Los últimos párrafos están dedicados a dos de los mejores del encuentro: la simpática y animada Ceda el paso, de María Gracia Bisso Céspedes, y Rey de Londres, de Valeria Ruiz Salas. La primera es una apología al buen humor y a la paciencia, protagonizada por un gordo y calvo carretillero quien con su melodioso y alegre silbido incomoda a los estresados transeúntes y choferes a su paso. Tras varias cuadras de enojos y reclamos el protagonista sigue su camino hacia el horizonte mientras sus detractores son víctimas de un (no) accidente automovilístico. Melodía que hasta ahora me ayuda a dormir y sonreír.

Rey de Londres retrata la soledad y sacrificio de un emigrante búlgaro en la capital inglesa. Su trabajo, su rutina, su melancolía, su pesar. El límite de su tolerancia se traspasa cuando ve trunco su progreso, lo que dilata el reencuentro con su familia y plenitud emocional. Los planos cerrados de su rostro deprimido más la ausencia de música incidental post producción ambientan la obra de intimismo, reforzado por las afligidas comunicaciones por teléfono (habladas en búlgaro) con su esposa, que marcan la pauta de sus acciones en el después. ¿Qué tanto se puede sacrificar por lo que es querido? o -mejor- ¿qué tanto se puede aguantar para no parecer un mediocre?

La soberanía del Rey de Londres se extendió hasta Filmocorto sin amenazas de dictadura, cogió los premios que se le vino en gana con la justicia que sus dotes le confirieron y regresó a su trono. A pesar de que fue proyectada hace regular tiempo, todavía recuerdo a todo color y textura el rostro ambivalente entre terquedad y orgullo del lloroso Tony. No fue el último en programarse, pero poco recuerdo después de este. Tan sólo mi regreso a casa.

Al día siguiente en el calendario me informé por un popular medio on line sobre la lista de ganadores dictaminada por el sensato jurado, que tuvo la no muy difícil tarea de entregar los premios a los obvios merecedores. En futuro a corto plazo una buena medida correctiva sería la de reducir las ternas, pues la Mención honrosa termina siendo mucho premio para "ejercicios con cámara" presentados como competidores.

De los 26 cortos en competencia, la gran mayoría pasó el control de calidad con 11 y otros se inmiscuyeron por la puerta trasera. La competencia, o mejor dicho la repartición de premios, se realizó entre pocos títulos (máximo 6) de importante superioridad al cúmulo. A tan alarmante situación, se tomó la inteligente decisión de prometer en la tercera edición mayor variedad, no sólo en temáticas sino también en idiomas y razas. Paradójicamente los mejores trabajos, Rey de Londres y Por mis hijos, no fueron ideados, producidos ni filmados en Perú, sino por chicos paridos aquí. Entonces, ¿qué tan poco podemos esperar de los made in Perú?

Acepto que mi error inocente fue esperar en los de corta duración lo que no hallé en los de larga. Mi optimismo fue infundado y la actualidad se encargó de centrarme y aclararme de que la situación del corto y largo(metraje) en nuestro territorio patrio son análogas, de calidad poco estimable. Y es que el problema alarmante, demostrado está, no se encuentra en los recursos -al menos en el sector capitalino- sino en la carencia de ideas capaces de formar industria o tramas de mediano interés.

Rostros conocidos como los de Paul Vega, Jimena Lindo, Alberto Ísola, Hernán Romero y Giovanni Ciccia embozan la verdadera calidad de los trabajos mostrados. Sus constantes apariciones no harán que la obra eleve su categoría de malo a bueno, sino que sirve para el regodeo de la gente de producción. Si Leonidas Zegarra contrata a De Niro ¿algo cambiará?. No cuestiono el profesionalismo de los emisores sólo que denuncio el desproporcional empeño en los detalles (reparto, indumentaria, etc) en relación al tema de guionización, que es fundamental para la atracción de una obra. Se requiere de autores con menos idiosincrasia hollywoodense que de los que se encontró en el concurso.

Filmocorto fue víctima de otro despropósito de sus organizadores al ser aislado del marco del Festival de Lima -que tan bien cobijó al primero y que tan desprotegido dejó al segundo-. Se pretendió hacer brillar con luz propia a este evento que es opaco en solitario. La solución propuesta por los organizadores ya lo he mencionado, pero para que sea un éxito también en taquilla debe mover un poco más de medios masivos para el anunciamiento de su realización. ¿Qué hacemos con un excelente festival si sólo asisten a las salas amigos y familiares de los participantes? Lo que se quiere es un festival, no una fiesta de graduación.

Después de la experiencia, con poco aliento manifiesto que pretendemos más de lo que sabemos...

2 comentarios:

Man Ray dijo...

Bastante gráfico y completo el post.

De acuerdo en la mayoría de puntos (sobre todo en los problemas de guión)...

Sin embargo a mí me sirvió para saber en qué andan quienes jugamos a hacer películas y ver por dónde debemos ajustar las clavijas.

Como que todos nos dimos cuenta ¿no? Mucha técnica, poco fondo.

Saludos,

MIGUEL VILLALOBOS

Dreampicker dijo...

Yo añadiría más: la necesidad de la difusión de estos eventos, fuera del circuito "central"... pero eso ya fue tema de otros posteos...