domingo, 6 de enero de 2008

4 LUNI, 3 SAPTAMINI SI 2 ZILE

de Cristian Mungiu


¡Excelente! por allí. ¡Magnífica! por acullá. Palmas, ovaciones, adjetivos contundentes de celebración, frases aclamadoras y premios por doquier recibe este filme rumano ganador de la Palma de Oro del 2007.

Yo, como perfecto suspicaz -mas no buscador de sinrazón- reservé cualquier comentario "pre-crítico" (antes del visionado). Reconozco los créditos respectivos a esta entrega por los unánimes comentarios positivos de la crítica (por algo será), pero no soy seguidor ni cordero de ningún profesional de la pluma crítica, por lo cual no acepto ninguna opinión ajena como mía, ni parcialmente.



Bueno, luego de ese alegato rebelde y aclarador, manifiesto sin apresuramientos ni temor a equívocos o arrepentimientos, que la última película de Mungiu no es -para mí- merecedor del apabullante festejo que sigue generando. Los planos secuencia tan largos que encuadran una escena (o acción dramática) completa; la puesta en escena lúgubre e insulsa en la fotografía y ambientación análoga con el contexto histórico del relato; la cámara en mano quieta e inquieta, en interiores y exteriores, respectivamente, que sigue siempre de cerca a sus retratados, son marcas de Mungiu como autor para con su película, pero no cuestiono dicha autoría sino algunos aspectos de tempo, unilateralidad del argumento y dilación fútil para el desenlace por escenas duraderas carentes de sustancia e interés. Espero dilucidar nítidamente aquellos aspectos a los que me refiero en las próximas líneas.


Gabita (Laura Vasiliu) ha decidido abortar a los 4 meses de gestante, pero esa decisión no es la más fácil de ejecutar, pues desde 1966 en Rumania se impuso una ley que prohibía el aborto. Entonces, en esa condición, el conflicto entre la libre acción del hombre (el aborto a ejecutarse) y el contexto socio-político que la oprime es el condicionante de las emociones y, por ende, de los hechos.


Uno está supeditado(a) a reglas de juego, sean estas impuestas o no. Sólo se nos permite jugar dentro un marco (legal) delimitado por dichas reglas. Esto se aplica a la más dura dictadura, a la más flexible democracia o al más infantil de los juegos. Los diferenciales radican en cuan sórdido, opresor, lúgubre o -porqué no- satisfactorio/gratificante sean los resultados que provocan el rigor o evasión a esas reglas. Entonces, -como ya he mencionado- durante la dictadura comunista de Ceausescu, el aborto era un delito grave, por tal motivo su ejecución debía realizarse en la clandestinidad, lo que acarrea otras reglas de juego más subyugantes que las violadas.


Mungiu muestra la antesala al acto furtivo, que no encuentra revelación del mismo hasta el mismo instante de su ejecución, sin sugerencias ni alusiones al hecho, propone suspenso e intriga con ritmo ágil brindado por los diálogos fluidos y el seguimiento cercano y enérgico de cámaras a Otilia (Anamaria Marinca), amiga de Gabita, quien es la encargada de los preparativos y, a la postre, de solucionar un eventual problema no previsto con un recurso poco 'moral'. Por todo ello, la introducción del filme es suspensiva aunque no atrapa, se logra perder la atención por la divagación del motivo central del relato. Esto es así hasta la mejor escena del filme y probablemente lo que queda en el recuerdo de los impactados (críticos y espectadores 'comunes') que es la de la sala de abortos/cuarto de hotel. Vlad Ivanov es contundente, convincente y amedrentador como el ejecutor del aborto y dictador eventual ante el miedo de las confundidas jóvenes, el diálogo entre los involucrados es filmado en una sola toma con cámara fija y plano abierto, donde se prepondera el poder de los parlamentos más la interpretación de los encargados. El ambiente cargado de tensión y miedo latente desborda la pantalla, la naturalidad con que fluye el casi monólogo del abortero sorprende, sentí que los rumanos estaban tras un vidrio a unos pocos metros de mi ubicación como testigo presencial de la reprimenda.

La primera hora es genial. Otilia y Gabita dejándose controlar por el miedo que el hombre les había entrañado, apoyado por la circunstancia desconocida y peligrosa en la que se encontraban. Dos cachorritas indefensas ante un zorro experto aprovechador de la ocasión. Un juego de manipulación y consenso forzoso que aturde por la frialdad de la narrativa, por la puesta en escena simple y puntual (no había mejor forma de tensar el ambiente que verlas inmóviles ante una situación que se escapaba de su control, mientras el dictador ponía sus reglas con firmeza para intentar domarlas. Viéndolo todo de la mejor forma de lo general a lo específico, todo en un sólo cuadro, una sola toma... claro, refiriéndome a la principal que resalto).


La película decae cuando en un (errado) intento de poner paños fríos y receso innecesario a lo antes visto Mungiu introduce a Otilia a una cena de viejos conservadores vivientes a pleno del comunismo. Una sola toma nuevamente (la principal) en la que se intercambian comentarios de los mejores tiempos pasados protagonizados por los aburridos intérpretes. El protagonismo recae en Otilia, quien al centro del encuadre manifiesta su desinterés a lo hablado en la mesa, donde se celebra el cumpleaños de la madre de su novio. Con un gesto de desagrado y merodeo emocional, Otilia parece ausente en dicha reunión (¡Vaya que sí me contagio!), su interés está centrado en el bienestar de Gabita, quien no parece haber sufrido efectos secundarios inmediatos. La protagonista se aburre y 'huye' del ágape dilatado hasta el hartazgo.


4 meses, 3 semanas y 2 días ha perdido el rumbo para ese entonces. La tensión construida en la escena del aborto es cosa del pasado y al parecer de otro episodio, algo apartado, de la misma película. En el 'episodio' de la cena no se apela a los recursos que hicieron del 'episodio' del aborto una memorable secuencia: parlamentos enérgicos, interpretaciones con mayor peso expresivo, situación tensa con dramatismo permanente e interés expectante en las tres partes protagónicas; sino que sólo incumbe el desgano de Otilia ante lo que se dice en su presencia. El puente entre la acción principal de la película (el aborto) y el desenlace está mal construido, sin intensidad ni densidad comparable a su antecesora.


Tras esa falla la película no vuelve a alzar vuelo. El desenlace comprende el acto de deshacerse del feto abortado. Otilia toma la tarea y el protagonismo definitivo, el dilema de pasar desapercibida con el cuerpo del delito no cautiva ni provoca gran interés, es más se dilata demasiado sin mayor necesidad. La cámara la sigue de cerca, testigo y cómplice, en la oscuridad de los ambientes en los que se mueve, los suburbios. El autor condena el hecho con la intencionalidad de la puesta en escena, lóbrega, oscurísima, casi invisible; sólo se perciben los pasos y la respiración acelerada de una Otilia que no sabe qué hacer con el pequeño cadáver. Resuelve el problema en una inmunda alcantarilla, sin más.


La acción central (que se podría decir única, también) es el delito circunstancial del aborto y la preocupación y temor que produjo eso a Gabita y Otilia. Por eso, una vez hecho el acto principal no hubo nada más que mostrarse, nada que valga la pena como la escena festejada líneas arriba. Los artilugios de buen drama no se retoman en el post del acto, se olvidan. Se apela a un tipo de drama contemplativo existencial que linda con lo burgués y explicativo. Se careció y sufrió de una trama secundaria que validara como soporte o alternativa. En fin, alguna maniobra que mantenga el nivel logrado en la primera parte (o primer 'episodio'). Tal vez quepa la impresión de pedir algo muy difícil de lograr, dado el nivel superlativo de la primera parte de metraje, pero sólo es una impresión, pues mi deseo (sí, mío) era que sólo fuera regular con lo que supo hacer; no cambiar el rumbo de un camino exitoso que pudo elaborar.


La película se extiende más de lo debido siguiendo un ritmo ya taciturno y redundante, ya las palabras audiovisuales sobraban, el tiempo apremiaba y malgastaba, y la impresión de una obra maestra se diluía. Todo quedó en una gran intención con pasajes inolvidables, que son los que le dan la etiqueta de justo ganador de la Palma, asimismo una naturalidad verosímil y bien ambientada, elaborada con tino y perfeccionismo, 0% música en la post y 100% ruidos y sonidos brindados por las calles y habitaciones contadoras de la historia. Algo de los Dardenne vi en Mungiu, y creo que es ese fin de retratar lo tangible sin (muchos) retoques, coger la naturaleza urbana como opresora malévola para sus habitantes... La sin piedad del cemento y de quien controla el juego abusivo del oportunismo... Cierta simpatía traen consigo los "vídeos caseros" de los Dardenne y Mungiu.