sábado, 22 de noviembre de 2008

PERSÉPOLIS: DE LA VIÑETA AL ÉCRAN

Este año pasaron por cartelera comercial, entre otras, tres notables películas adaptadas de novelas literarias: Atonement, de Joe Wright, There will be blood, de Paul Thomas Anderson y No country for old men, de los Coen. Tres películas de cabecera para mi ranking de fin de año, clasificadas desde sus estrenos, en el verano del presente.

Las novelas “prestadas” fueron Oil!, del autor del siglo pasado Upton Sinclair, para la de Anderson; Atonement, de Ian McEwan, y No country for old men, de Cormac McCarthy, para las homónimas de Wright y los Coen, respectivamente. Tres obras y tres autores que desconocía hasta antes de su incursión en el arte séptimo -mi ignorancia de literatura contemporánea no está en discusión-, y que valoraría tras sus acertadas versiones en celuloide.

Tan complicado como ver todos los estrenos es haber leído las novelas en que se basan algunos filmes de importancia. Conocer la película adaptada antes que la novela original me sucedió en este año más que nunca. Pero para hacer un lúcido diagnóstico de una cinta de esa condición, no es necesario conocer con anterioridad la obra que la inspira, pues ambas artes manejan distintos lenguajes, además que los criterios que se ciernen para su análisis son otros, aprendidos con diferente formación y aplicados en diferentes apartados. Aunque las sensaciones de satisfacción o desagrado tras sus consumos pueden inquietarnos a hacer un juicio comparativo.

Nunca había estado en la situación de apreciar una película basada en una obra de literatura ya leída, por lo que decidí experimentar, por cuestiones de tiempo, no con una novela en prosa sino con una novela gráfica. El conejillo de indias fue Persépolis, primero, historieta autobiográfica de 4 tomos de la iraní Marjane Satrapi, lanzados entre 2000 y 2003, y, luego, película animada codirigida con Vincent Paronnaud, estrenada el 2007. Ambas versiones inéditas en Perú, a pesar de los varios anuncios tentativos de la llegada de la versión para cine.


En tiempos actuales, la animación 2D ha caducado para el mercado, Pixar y Dreamworks se encargaron de hacerla obsoleta al ojo de los fanáticos de la animación de este siglo. Obras estimables como Ratatouille, Cars y Wall-E certifican este avance en la tecnología, a pesar de que, en estos tiempos aún, existen vestigios notables de la animación del pasado, simple y tradicional, como la película en cuestión, de trazo tosco y exento de pigmentos (sólo los contrastantes blanco y negro coloran las escenas). Persépolis es un dechado de simplicidad, contada en primera persona por la protagonista, este relato es una retrospectiva al Irán bélico y borrascoso de los ’80, lugar imposible para vivir y para decir lo que en mente se dibuja, so riesgo de fusilamiento; como también al Europa indiferente de la misma época, prejuiciosa y hostil con los de rasgos distintos: lugar pacífico, morador de infortunio.

El quid del experimento era ejercitarse para entrar en forma al campo de las incómodas comparaciones, donde, con criterio de principiante, elegiría a la preferida entre ambas, tratando de omitir mis preferencias cinéfilas para el fallo. A fin de cuentas, la hecha por Satrapi en solitario fue la que se impuso.

Aún así, adaptar un cómic a una película animada tiene diversas ventajas. Los rostros y las formas de los personajes ya están definidos, así como el contexto y la mayoría de los parlamentos. Como no es el caso de un cineasta que adapta una novela, pues este tendrá que apelar a su imaginario para dar vida a todos los componentes de su cinta, ganándose un conflicto inevitable con todos aquellos quienes también leyeron la prosa antes de ver la película. Qué duda cabe que hacer una película live action de una novela (así como hacerla de un video juego o de un mismo cómic) es una tarea fuertemente subjetiva, conflictiva y complicada, por la utilización de material real, que hace más difícil la adecuación a las circunstancias. En cambio, animar personajes de historietas es una tarea más compatible con la objetividad, pues constará de dotarlos de movimiento y dar una que otra espectacularidad al dinamismo de las escenas, dejando la parte autoral solamente a la selección de escenas o una posible variación del desenlace.

Persépolis, el cómic, es más explicativo con sus personajes, supresión entendible para la versión animada por cuestiones temporales, asimismo que responde a la intención principal de la obra, que es la perspectiva de la propia Satrapi sobre sus vivencias. La banda sonora apenas es perceptible, algunos estruendos de los bombardeos y voces en idioma galo que me fueron indiferentes, pues antes, mientras leía sus páginas en calladas madrugadas, armoniosas en español sonaron en mi cabeza otras voces que me conmovieron al ritmo y tono mío, mucho más que el apurado de la versión con Paronnaud.

Pero con esa supresión se yerra en abreviar en pocos minutos la etapa europea, etapa que debió cargar la mayor emotividad y complejidad del relato, pues la evolución de Marjane, el personaje, se da en su sufrida estancia de cuatro años en Austria, pasajes que comprenden íntegro el nostálgico Tomo 3 de la historieta, donde se cuenta que no sólo la última relación curte a la protagonista, sino que se presentan, también, variedad de singulares personalidades que estereotipan al europeo de los ’80, como la vieja mojigata, los rebeldes antisociales y la cofradía gay. La consecuencia de ese variopinto e infeliz periodo es la segunda huída, o su regreso, con la vergüenza de una perdedora, a Irán, donde se desenlaza la historia.


Tras varios vaivenes, el relato deja un esquema: Casa - Salida de casa (primera huida) - Vuelta a casa (segunda huida) - Salida (definitiva) de casa (tercera huida), esquema que grafica perfecto la divagación de una víctima de una etapa histórica inestable, con una Marjane que representa la persona sufriente de situaciones adversas, que no sabe enfrentarlas sino sufrirlas, que aprende a elegir según los grados de dolor y no por la razón. La decisión final de su destino se deja entrever por este razonamiento, huyendo hacia Francia, donde espera la consolidación de su sedentarismo, no porque sea el lugar más conveniente sino porque Irán no lo es. En ese fondo se bosqueja una historia de desavenencias en pos del arraigo y de la definición de integridad como cualidad que identifica. Persépolis es crítica de las idiosincrasias donde se posa y clemente con la imagen de la familia, figura de incondicionalidad, según Satrapi la autora.

Si bien Persépolis, la película, es concisa y lograda en sus pretensiones, luce presurosa e imitativa de la original. No hay pinceladas de Paronnaud que indiquen que es co-autor del audiovisual. Más bien, el cómic de la iraní da la imagen de ser un brillante storyboard, mucho más entrañable que la posterior película. Al terminar de ver/leer el original, la vara llegó a una altura olímpica, que la animación no superó ni con ayuda del sonido.