Cuando declaró en una entrevista que gusta del cine de Bresson y Haneke, pienso que no era necesario decirlo. Quienes vimos Sangre, su expectante ópera prima, y Los bastardos, su prematura consolidación, caemos en cuenta que no sólo son simpatías sino inspiraciones obvias; similitudes no en la puesta en escena sino en los métodos y sensibilidades, como la usanza de comunes civiles como personajes (método de Bresson) y representación de las (re)acciones pulsionales o meditadas sin aspavientos (personalidad de la obra de Haneke). Otro vector es su cuestionada puesta en escena, de planos largos y cerrados en cámara fija, exclusiva de música incidental en la post producción, y de lento y dilatado tempo, emulador de los minutos del tiempo real; características parangonables, en parte, a las demostradas por Reygadas, considerado su “padrino”.
En Sangre, una pareja vive su calendario ya convencida de su condición mustia, sin atisbos de animosidad ni emociones -aquellos caracteres propios y remarcados en el cine de género como factor potencial de dramatismo. Que sus horas pasen en el trabajo, en el comedor, en el sillón, mientras se mira TV o se hace sexo, responde a lo estipulado, siendo indicativos de una idiosincrasia mermada por la amansadora cotidianeidad.
En Los bastardos, logrado segundo largo, reforzaría su ensayo conductual, saltando taimadamente al otro polo, donde las reacciones (pasivas) se imponen entonces como motores de conductas, no hay planes de acciones, ni cronogramas. Como marcando los dos tipos de individuos que componen la sociedad, ambos temibles según situación.
Ya no se trataría de una pareja afincada en la capital atada a la rutina, sino de la exploración de dos inmigrantes en un mundo ajeno y discriminador en el cual quieren sentirse como en casa. Para esto toman por asalto una casa, no para robarla sino para disfrutar sus comodidades, por antojo (reactivo), sugiriendo congruencia en la continuidad entre un disparo a quemarropa en el rostro de una mujer débil a nadar distendido en la piscina, como lo dado en Haneke.
Escalante no cuenta historias, sino representa situaciones reflexivas sobre temas “menores” como un día hastiado, que es -multiplicado- una vida sosa; o la condición de las pulsiones, todas válidas y justificadas según el contexto. Es un autor distante a las endebles acusaciones de cineasta de citas u originalidad de fotocopista que por allí se esgrimen para aludirlo. Con sólo dos largos ya merece seguimiento.