El contexto no importa, a veces
En Brokeback mountain, Ang Lee se vale del contexto histórico para intensificar su drama: un oeste machista, con rudos vaqueros que prodigan virilidad en sus blue jeans apretados y con gruesas voces aguardentosas hablan de sí mismos. Por tanto, un idilio homosexual en ese ambiente agreste sin duda es un lunar feúcho y reprochable; por ello, Ennis Del Mar y Jack Twist eran dos mártires rosas enfrentados contra todo un sistema que eleva al semental como pilar de la sociedad. Si Brokeback mountain se ambientara en la Holanda del último siglo, ¿sus encuentros furtivos tendrían potencia dramática? Estarían más bien en onda.
En cambio, en Lust, caution elige un contexto en guerra de una nación con conflictos internos, solamente para dotarla de un tufo épico que nada favorece ni perjudica a las intenciones dramáticas del relato. Que sea el Shangai de 1942 no hace más erótica ni inquietante la trama en comparación a cualquier otro tiempo y lugar. Pero las superproducciones demandan un gran despliegue de medios y recursos, por lo cual si pueden simular una China a inicios del siglo pasado, montando sus calles, huariques y parafernalia, ¿por qué no hacerlo? La ostentación del rico, o chorreo de plata, no siempre deviene artefacto vanidoso, a veces, como ahora, puede ser arte.
En Brokeback mountain, Ang Lee se vale del contexto histórico para intensificar su drama: un oeste machista, con rudos vaqueros que prodigan virilidad en sus blue jeans apretados y con gruesas voces aguardentosas hablan de sí mismos. Por tanto, un idilio homosexual en ese ambiente agreste sin duda es un lunar feúcho y reprochable; por ello, Ennis Del Mar y Jack Twist eran dos mártires rosas enfrentados contra todo un sistema que eleva al semental como pilar de la sociedad. Si Brokeback mountain se ambientara en la Holanda del último siglo, ¿sus encuentros furtivos tendrían potencia dramática? Estarían más bien en onda.
En cambio, en Lust, caution elige un contexto en guerra de una nación con conflictos internos, solamente para dotarla de un tufo épico que nada favorece ni perjudica a las intenciones dramáticas del relato. Que sea el Shangai de 1942 no hace más erótica ni inquietante la trama en comparación a cualquier otro tiempo y lugar. Pero las superproducciones demandan un gran despliegue de medios y recursos, por lo cual si pueden simular una China a inicios del siglo pasado, montando sus calles, huariques y parafernalia, ¿por qué no hacerlo? La ostentación del rico, o chorreo de plata, no siempre deviene artefacto vanidoso, a veces, como ahora, puede ser arte.
Lust, caution, ¿qué se le ofrece?
La historia es simple, una espía que se enamora de su víctima, (la sustancial diferencia) no por la ternura que le conmueve tras la convivencia sino por la lujuria que despierta en ella la lascivia violenta del macho. Dos mundos necesitados de placer que encuentran en las características del otro el relleno al hueco de sus angustias, el complemento pasional a sus afligidas existencias. Las condiciones y propósitos de sus encuentros son decoraciones narrativas que intentan introducirnos en la tensión del juego sexual que se exhibe de una manera novelesca. Poco importa si el “gato” atrapa al “ratón”, o si este descubre el juego; lo importante es la mutación de los personajes cuando retozan sus cuerpos entre sábanas, cuando los gemidos sonorizan la escena. Por eso, la explicitud de las carnes de los protagonistas es primordial para dejar claro que lo que vale es lo que pasa en la cama, y lo que pasa fuera es un acto: las ropas, los disfraces; y sus identidades, sus papeles a desempeñar. Ang Lee cree al sexo un acto liberador de represiones, la desinhibición del espíritu, que sólo puede darse en la más amplia (la montaña Brokeback) o estrecha (la habitación 2B) intimidad entre dos seres.
Si le das plata a un genio
Es que por más espectacular que sea la recreación de la época, estudiada con exactitud por la gente de producción, no deja de ser un ardid efectivo para convocar masas, un floreo visual que invita al asombro, mostrado con gran elegancia plano a plano por el director taiwanés, que no se desvía en su intención primaria.
Existen conchudos incapaces de hacer algo si es que no les tiran millones de dólares encima, lamentables casos como Michael Bay, con sus deplorables Transformers y Armageddon, encajan perfecto en este rubro de comodines de la fortuna ajena. Spielberg y Lucas parecen estar cayendo al hoyo perturbador de las explosiones gratuitas y diluvios de clichés, como para temer que este mal sea contagioso vía cheques.
Lust, caution representa la sedimentación de Ang Lee en el mainstream, que cada vez más carece de cerebros ávidos de hacer cine, mainstream plétora de artesanos al servicio de las neuronas púberes y simpatizantes acérrimos a la fórmula burda del entretenimiento bobalicón. Ahora, Christopher Nolan, David Fincher, Paul Thomas Anderson, Joe Wright y los Coen tendrán un “amarrillo” en el grupo de audaces autores. Pero, ¿qué hace a esta película de Ang Lee parte de mainstream? Sería simple responder con la cifra del presupuesto que se manejó para su producción, la cual no tengo, aunque porta varios ceros. Ergo, es su temática de género (de espionaje), actores reconocidos (Tony Leung), banda sonora excelsa [a cargo de Alexandre Desplat (La joven de la Perla, The Queen)] e imponentes escenografías montadas en estudio consolidan la respuesta.
Si a un genio le das plata, le facilitas las cosas, no le agobias de responsabilidad.
La resaca de Lust, caution La historia es simple, una espía que se enamora de su víctima, (la sustancial diferencia) no por la ternura que le conmueve tras la convivencia sino por la lujuria que despierta en ella la lascivia violenta del macho. Dos mundos necesitados de placer que encuentran en las características del otro el relleno al hueco de sus angustias, el complemento pasional a sus afligidas existencias. Las condiciones y propósitos de sus encuentros son decoraciones narrativas que intentan introducirnos en la tensión del juego sexual que se exhibe de una manera novelesca. Poco importa si el “gato” atrapa al “ratón”, o si este descubre el juego; lo importante es la mutación de los personajes cuando retozan sus cuerpos entre sábanas, cuando los gemidos sonorizan la escena. Por eso, la explicitud de las carnes de los protagonistas es primordial para dejar claro que lo que vale es lo que pasa en la cama, y lo que pasa fuera es un acto: las ropas, los disfraces; y sus identidades, sus papeles a desempeñar. Ang Lee cree al sexo un acto liberador de represiones, la desinhibición del espíritu, que sólo puede darse en la más amplia (la montaña Brokeback) o estrecha (la habitación 2B) intimidad entre dos seres.
Si le das plata a un genio
Es que por más espectacular que sea la recreación de la época, estudiada con exactitud por la gente de producción, no deja de ser un ardid efectivo para convocar masas, un floreo visual que invita al asombro, mostrado con gran elegancia plano a plano por el director taiwanés, que no se desvía en su intención primaria.
Existen conchudos incapaces de hacer algo si es que no les tiran millones de dólares encima, lamentables casos como Michael Bay, con sus deplorables Transformers y Armageddon, encajan perfecto en este rubro de comodines de la fortuna ajena. Spielberg y Lucas parecen estar cayendo al hoyo perturbador de las explosiones gratuitas y diluvios de clichés, como para temer que este mal sea contagioso vía cheques.
Lust, caution representa la sedimentación de Ang Lee en el mainstream, que cada vez más carece de cerebros ávidos de hacer cine, mainstream plétora de artesanos al servicio de las neuronas púberes y simpatizantes acérrimos a la fórmula burda del entretenimiento bobalicón. Ahora, Christopher Nolan, David Fincher, Paul Thomas Anderson, Joe Wright y los Coen tendrán un “amarrillo” en el grupo de audaces autores. Pero, ¿qué hace a esta película de Ang Lee parte de mainstream? Sería simple responder con la cifra del presupuesto que se manejó para su producción, la cual no tengo, aunque porta varios ceros. Ergo, es su temática de género (de espionaje), actores reconocidos (Tony Leung), banda sonora excelsa [a cargo de Alexandre Desplat (La joven de la Perla, The Queen)] e imponentes escenografías montadas en estudio consolidan la respuesta.
Si a un genio le das plata, le facilitas las cosas, no le agobias de responsabilidad.
Era la 1 de la mañana y sólo taxis pasaban por la pista, con un sol en el bolsillo, no tenía más opción que esperar a un bus fantasma al cual abordar. Entonces, hubo un tiempo considerable para masticar las consecuencias en el frío paradero. En ese instante, las escenas eróticas estaban en segundo plano, obviamente me había ido por la tangente, ya que estaba fascinado por el tempo cadencioso en el que pasó el relato de manera regular, o sea no hubo aburrimiento ni restregadas de trasero en la butaca.
Es admirable como un cineasta puede apoderarse de un género para derivarlo a un ensayo, poco optimista por cierto, de las relaciones humanas, y de cómo estas son interpretaciones dramáticas de lo que queremos que otros quieran de nosotros. El sexo y la desnudez nos develan nuestra naturaleza en nuestro estado más salvaje, donde las pulsiones presiden los movimientos y los placeres empujan nuestros deseos. Los no más de dos minutos de sexo en pantalla, en comparación a los 157 de ficción, en el sentido literal de la palabra, equivalen al poco rato de nuestras vidas en los que podemos ser como en verdad somos, que muchas veces no es como lo deseamos y lo reconocemos, por eso actuamos nuestro papel de nosotros mismos ante nuestro espejo y ante lo(s) demás.
1.40 de la mañana. Pasó un autobús verde con el número 73 grabado. Es el que me lleva a mi casa. Los asientos están ocupados, y parado, remeciéndome por los baches de la destruida Lima, recuerdo con cara de pensativo las escenas eróticas de Tony Leung y Wei Tang que había reflexionado minutos antes. Esta vez fue un recuerdo más bien calientito. Es que ya era tarde.
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