Lust, caution fue mutilada para su estreno en Perú. Torturada en la mesa de unos imbéciles con tijeras, quienes deberían utilizarlas para cortarse las garras de carroñeros de vida. Quién sabe con qué criterio estos tipejos dan rienda suelta al filo de su arma, cortando y parchando con la maestría de un conserje una obra de arte. Felizmente, sólo antojaron violar 20 minutos, salvándonos de presenciar más de sus salvajismos estilo “corta y pega”.
Un taller de manualidades para estos podadores les ayudará en su terapia.
Este es el peor insulto al espectador, y al artista, por parte de las distribuidoras (Delta Films en esta oportunidad) en lo que va del año. Ya no son parches negros sobre la imagen, ni el 100% de las funciones dobladas para una película no-infantil, sino un ultraje a una pieza artística, con la sola autorización de un borrico con saco y corbata que poco sabe de respeto.
La voz debió alzarse junto al puño cerrado. Esta es una afrenta, o tomadura de pelo, que no debió dejarnos indiferentes ni poco activos. Cuando suceden estos abusos, no sólo basta con denunciarlo con tono informativo, sino esto se repetirá cada vez que les pique la mano a los encargados de (no) traer las películas.
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