ESTAR Y SER SOLOS
La primera imagen es la de un desertor del mundo, un hombre que se entraña en un tenebroso bosque para consolidar su monotonía en el vagabundeo y la perdición. Una antesala sugerente a la exploración melancólica de cuatro retratos sobre los perfiles y alcances de la soledad. Contemplativa, Continental, una película sin armas, de Stéphane Lafleur, presenta y desarrolla a los personajes con pesadumbre, en silencios largos o conversaciones acongojadas; deprime adrede los cuatro casos paralelos pretendiendo motivar curiosidad sobre sus trasfondos y lástima simpatizante por los mismos.
Pero no es necesario un muestrario de razones para explicar la soledad de los solitarios protagonistas, sus condiciones son resultado de los avatares de estar vivos, de cumplir un ineludible ciclo que no distingue rango etario, por lo que Lafleur atina en proponer el encaramiento de sus estadios, mas no ensayar retrospectivas explicativas tan viciosas como dramáticamente ineficaces por enfáticas.
El artilugio del relato coral asoma como recurso sintetizador, no para redundar en las metáforas sobre la pequeñez del mundo o la universalidad del tema abarcado como en tantos antojos. Continental ahorra picos dramáticos por preponderar el laconismo y sensibilidad de la añoranza, los puchos de humor negro pasan desapercibidos ante tanto sigilo. De resolución sobria y madura, invita al conocimiento del interesante presente del cine quebequés.
UNA PIFIA ARGENTINA
Una de las mayores decepciones de estos cuatro días de festival fue El nido vacío, de Daniel Burman, presentada fuera de competencia por buenos motivos. Esta vez el director de Derecho de familia dedica su metraje a las fantasías de un cincuentón con problemas de inseguridad, un dramaturgo andropáusico disociado con todo su entorno. La película intenta rejuvenecer el semblante de este artista egocéntrico con su atracción hacia una bonita Violeta -una Eugenia Capizzano de poco gesto, aparentemente desprovista de emociones y sin empatía con la pantalla-, asimismo muestra el desorden en su rutina en pos de su nueva obra y problemáticas familiares acentuadas por el tiempo.
Así soslayemos el fallido giro de tuerca que resulta la confirmación de que el imaginario de Leonardo (Oscar Martínez) tras una mala noche es el productor de la principal acción dramática de toda la película, esta carece de interés por aburrida, además es cobarde por sus concesiones al público adulto facilista. Fútil de remate tras el viaje a Israel por motivos de mínima importancia, un capricho de la producción que no tiene motivaciones trascendentes.
Añadiendo a la poca originalidad del argumento, las estériles intervenciones del psicoterapeuta y las esporádicas secuencias musicales no encuentran engranaje coherente con el todo. Aspectos naif servibles para inflar la obra como ecléctica, resultando huachafa por redundar en la idea de la fantasía, de lo ligeramente irreal.
Lo más rescatable de El nido vacío son los acechos celosos de Leonardo a su esposa -una Cecilia Roth que siempre gusta-. La película interesa cuando se pone a prueba la fidelidad y confianza de la pareja, esos acercamientos detallistas con miradas suspicaces de Leonardo al observarla potencian una tensión emocional de explosión latente. Por eso que las escenas de los esforzados ejercicios en pareja son lo más distendido y fresco de este traspié de Burman.
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