martes, 18 de agosto de 2009

FESTIVAL DE LIMA 2009: UN BALANCE EN 4 LISTAS

Cada festival que pasa hace obligatorio un saldo de las películas visitadas en su marco, alistando los títulos destacados -sea por su estimable o, también, deleznable calidad- para hacer nuestra mención. Cuatro categorías que sintetizan nuestras impresiones acerca de este decimotercer encuentro cinéfilo en la capital peruana en las que figuran sólo estrenos exclusivos del festival.

Las películas de las retrospectivas de Alain Resnais y Pier Paolo Pasolini, así como las componentes del homenaje a Isabelle Huppert quedaron fuera de este juicio de valor por ser viejas conocidas.

LO MEJOR

1. El silencio de Lorna, de Jean Pierre y Luc Dardenne
2. Rabioso sol, rabioso cielo; de Julián Hernández
3. Excursiones, de Ezequiel Acuña
4. Home, de Ursula Meier
5. Parque vía, de Enrique Rivero
6. Continental, un film sin armas; de Stéphane Lafleur
7. Gigante, de Adrián Biniez
8. Huacho, de Alejandro Fernández Almendras
9. La nana, de Sebastián Silva
10. Los Paranoicos, de Gabriel Medina
11. 16 memorias, de Camilo Botero
12. El diario de Agustín, de Ignacio Agüero

LO INTERESANTE

Una segunda lista:
1. Altiplano, de Peter Brosens y Jessica Woodworth
2. El cuerno de la abundancia, de Juan Carlos Tabío
3. Ernesto Sábato, mi padre; de Mario Sábato
4. Mal día para pescar, de Álvaro Brechner
5. Tiro en la cabeza, de Jaime Rosales
6. Garapa, de José Padilha
7. Fragmentos rebelados, de David Blaustein
8. Los viajes del viento, de Ciro Guerra

LO MALO

De pésimo a malo:
1. Feliz natal, de Selton Mello
2. Gasolina, de Julio Hernández Cordón
3. Acácio, de Marilia Rocha
4. Lluvia, de Paula Hernández
5. El nido vacío, de Daniel Burman
6. El niño pez, de Lucía Puenzo
7. La buena vida, de Andrés Wood
8. Última parada 174, de Bruno Barreto

LO VERGONZOSO

Impresentable
Illary, de Nilo Pereyra

FESTIVAL DE LIMA 2009: COMPETENCIA DE FICCIÓN (1ra PARTE)


LAS ARGENTINAS QUE IMPORTAN

La delegación proveniente del Río de La Plata suele ser la vedette de cada festival latinoamericano por venir. ¿Quién no ha aceptado ya que Argentina es el pináculo del cine en español actualmente?

Este año su nivel no estuvo a la altura de la costumbre, no tomando en cuenta que en el evento anterior su participación fue superlativa por la coincidencia de que Pablo Trapero (Leonera), Lucrecia Martel (La mujer sin cabeza), Lisandro Alonso (Liverpool), Albertina Carri (La rabia), junto al interesante documental Unidad 25, de Alejo Hoijman, anduvieron por Lima por estas fechas, sino porque lo último de Lucía Puenzo (El niño pez), de Daniel Burman (El nido vacío), de Carlos Sorin (La ventana), de Paula Hernández (Lluvia), etc. están de regular a menos. Las decepciones fueron tantas que no pretendo dedicarles más líneas que estas.

No obstante, Excursiones, del “juvenil” Ezequiel Acuña, y Los paranoicos, del debutante Gabriel Medina, están entre lo mejor de la sección. Ambas dedicadas al público noventero, fresco en actitudes rebeldes con pretensiones profesionales recién por forjar.

En Excursiones sufrimos el cambio en las circunstancias del paso del tiempo entre dos amigos que perdieron el encanto de su mutua confianza, la añoranza del ayer perfecto donde todas las ambiciones se veían tangibles con facilidad. Los años pasan y la realidad gris, como la textura de las imágenes que evoca también la remembranza, opaca todo intento de volver. Marcos y Martín se separaron conociéndose y al encontrarse de nuevo necesitan repetir el proceso con incomodidad. El motivo de la puesta en escena de una pieza teatral se convierte en el camino de regreso a la que ya no se conoce.

La película muestra dos extraños que intentan ser como sus recuerdos, un reto que estorba sus actividades previstas seguramente más productivas. Excursiones hace crecer la desilusión para entrañarnos el valor de la juventud.

Los paranoicos es la vía de evolución del patetismo a la desinhibición de Luciano (un ya popular Daniel Hendler), quien sólo sabe que nada hace bien. Ni escribir un guión a través de los años, ni animar fiestas infantiles disfrazado de dinosaurio, ni flirtear con una chica dispuesta; antípoda de Manuel, su amigo/antagonista, en quien refleja sus frustraciones. Sofía, novia de Manuel, será el nexo para la discordia y la resolución del conflicto (silencioso) entre ambos.

La ópera prima de Medina da sus mejores momentos en la embarazosa intimidad entre Luciano y Sofía, dos oprimidos del garbo de Manuel, que intentan una oportunidad de conocer sus propias virtudes, llegando al clímax en la escena dancística –manifiesto de liberación- que prácticamente cierra la película. Los paranoicos se mueve de noche como contextualización del semblante deprimido de su protagonista, que se encasilla en el apartamento como auto opresión y por cobardía al desafío de evolucionar.

CHILE NO SE QUEDA ATRÁS

La buena vida
, de Andrés Wood, muestra los cuatro polos de la moderna Santiago, con personajes sufridos y tufillo conciliador. Una película prescindible por su trasfondo social poco desarrollado, dando una visión reconocible del problema con poco esfuerzo. Y no digamos que Wood redunda en lo identificable, como las desavenencias de la calle, para restregarnos la problemática.

El margen divisorio entre la ruralidad y el urbanismo es cada vez más estrecho, ambos bandos se retroalimentan muchas veces sin percatarse de tales influencias. De eso va Huacho, de Alejandro Fernández Almendras, que retrata la cotidianeidad mixta de una familia que amanece en el campo pero que subsiste por la voluntad del ciudadano; sea por la venta de queso (la abuela), por el mantenimiento de un local turístico (la mamá), por la sociabilización por un videojuego (el hijo) o por la distensión en un bar (el abuelo).

Las escenas matutinas en la zona rural son tediosas, mironas del quehacer primario, con la intención de situarnos en su apacible rutina, de trascurso lento y cansado. Diferente es tras el traslado a la ciudad (madre e hijo) o sus relaciones con la urbe y sus vicios (abuelos), pues la cámara se agiliza, los empalmes entre toma y toma se dinamizan y la propuesta encuentra su complejidad.

Al descubrir que la mujer pide adelantos de sueldo para cumplir sus antojos, entendemos la necesidad del pobre de no parecerlo. Huacho figura a los apartados de las grandes poblaciones para evidenciarlos también como demandantes de las necesidades de estos tiempos globalizados.

La nana, de Sebastián Silva, es una de las películas más inquietantes de toda la competencia. La fisonomía de la representativa de la condición servicial del hogar potencia una amplia gama de supuestos amedrentadores por su cuerpo regordete, pasos rastreros y mirada fija con recelo.
Raquel se presenta huraña, auto excluida de círculos familiares o amicales, sin motivos manifiestos. Disociada de los placeres humanos, enfoca sus esfuerzos a la domesticidad con afán neurótico. Los celos patológicos y la misoginia amagan definirla frente a la invasión de “competencia”, haciendo de Raquel un personaje imprevisible en su proceder, pues toda conjetura queda sepultada ante cada ejecución promovida por sus conflictos internos.

La nana se redefine tras cada escena: inicia como un drama melancólico por el frío festejo de su cumpleaños; obscurece al percatarnos del odio hacia “la niña Camila”, degenerando a aversión por las domésticas suplentes; empero, la jovial Lucy produce un cambio optimista en ella, dotando algunos minutos de comedia ligera al desenlace. Es una película de personaje que atiende a las complejidades del mismo, no limitándose a un patrón recto de conducta a estirar sino a los espectros variables que puedan desarrollarse en su proceso tardío de aprendizaje.

LA REVANCHA POR EL OSO

Gigante, del argentino Adrián Biniez, vino a Lima con las expectativas de tomar su revancha después de lo sucedido en la Berlinale meses atrás, cuando La Teta Asustada, de Claudia Llosa, ahora local, relegó a esta cinta uruguaya al también valeroso Oso de Plata. Imposible fue rehuir al atractivo juego de comparar sus valores, interpretar sus códigos y juzgar al mejor partido, resultando de esto un colorido ramo de opiniones diversas y encontradas.

Que un corpulento vigilante haga platónico su amor hacia una empleada de limpieza que conoce sólo por su imagen en el monitor de vigilancia, concede a la trama un encanto cuentista disparejo del contexto de las acciones: un supermercado pródigo en ambientes ocres con trabajadores mañosos de antipatía natural, contristado por silencios dominantes propios de la desolada jornada nocturna que se representa. Romanticismo enclaustrado en cuatro paredes donde se ejerce poder y jerarquías: un centro de trabajo.

La relación entre Jara y Julia subsiste en la ilusión del primero, en su ficción, cual película compuesta por las distantes imágenes grises que la cámara de vigilancia capta todas las noches, las que contempla y admira obsesivo en su docilidad. Su timidez degenera a voyeurismo.

Gigante mantiene los planos fijos y encuadres abiertos hasta en exteriores, la perspectiva de Jara, análoga a la cámara con la que trabaja, se mantiene hasta el encuentro final de ambos, donde frente al mar se conocen. Entonces, abandona su condición de espectador para ser partícipe de la historia.

Si bien Gigante es lograda en sus pretextos, está por debajo de la propuesta artística y reto simbólico de la controversial La teta asustada, señalada arty por más de un amigo extranjero con tono peyorativo. Muchos justificamos su juego indígena porque así demanda su visión.

FESTIVAL DE LIMA 2009: COMPETENCIA DE FICCIÓN (2da PARTE)


EL VACUO ESTABLISHMENT BRASILEÑO

La industria cinematográfica de Brasil goza de buen estado financiero, los numerosos equipos de profesionales técnicos por cada producción, mencionados en largos créditos finales, lo certifican. Mano de obra capacitada para entregar acabados formales propios de una industria de exportación que no para de gestar, cargando su principal problema –uno trascendental- en la concepción de argumentos de interés. Ni Última parada 174, del recorrido Bruno Barreto, ni Feliz Natal, del novato Selton Mello, ni La fiesta de la niña muerta, de Matheus Nachtergaele, quedarán en el recuerdo por más de dos semanas.

La de Barreto aporta la brasileñísima cuota anual de violencia urbana proyectada desde las favelas, valiéndose de la problemática para urdir una artesanía de género, con acción y drama al estilo entertainment. Mucho más lamentable aún es el pirotécnico debut de Mello, que pasea a su protagonista por los vericuetos de su conciencia con nulo tino narrativo, enfocándolo y desenfocándolo de todas las formas posibles para lucimiento del fotógrafo.

A pesar de invalidar la manida fórmula de los tiempos muertos, la dilatada película de Nachtergaele es la más interesante de las habladas en portugués. La secta amazónica de la Niña Muerta, originada por un rumor pagano pone en manifiesto la dedición popular ante imágenes santificadas de cualquier tipo, señalando las creencias religiosas motivadas por hechos paranormales como devociones cuestionables. Esta siniestra película dilapida las posibilidades concretas de su tema complejo cayendo en la vanidad de su solemne propuesta visual.

LO QUE DICE EL CARIBE

Las historias rurales sirven como agentes vendedores de la pluralidad étnica y cultural de los países latinoamericanos: ritos ancestrales, mitos enigmáticos y cantares épicos. La colombiana Los viajes del viento, de Ciro Guerra, es una película pro turismo que concentra sus virtudes en la mostración de folklore del país del norte, pero con una historia con aires legendarios, con encanto misterioso, que en el ícono del acordeón condensa su esoterismo. Una road movie rural que no cataloga los rincones poco explorados de Colombia como vírgenes maravillas naturales sino como lóbregos puntos de resistencia al cemento.

Indudablemente la sorpresa de la competencia vino de Cuba, una filmografía venida a menos. El cuerno de la abundancia, de Juan Carlos Tabío, es una comedia divertida e inteligente que critica la estrechez económica cubana como motivo de pesares y desavenencias del pueblo. Basta una promesa de prosperidad para que la atribulada armonía comunal se trastoque a desorden y conflicto. Las denuncias a la Cuba castrista nunca estuvieron tan simpáticas y efectivas como en esta comedia costumbrista.

LO MEJOR VINO DE MÉXICO

Lo dado en México también es una industria prolífica, menor a la de los culebrones, aún así importante en la región. Parque vía y Rabioso sol, rabioso cielo encumbraron a su delegación como la más ambiciosa y variada de la pareja sección competitiva.

Un cuerpo lento transita en un caserón que parece un laberinto conocido. Parque vía, de Enrique Rivero, cuenta que Beto es el viejo cuidador de ese caserón por más de 30 años, un anacoreta temeroso del mundo que trascurre impasible sus años en la rutina de mantener el orden de ese terreno en venta. Ejecuta su libertad a oscuras, con tenue luz natural apocada por las ventanas cortinadas de la sala: se informa por noticiarios, reza frente a imágenes de Cristo y tiene sexo en su dormitorio con su prostituta de cabecera. Acciones imposibles de realizar en la caótica calle, donde se atemoriza por el desconocimiento de las condiciones de la realidad, que tendrá que afrontarlas tras la venta del terreno.

Rivero resuelve el conflicto inevitable de Beto con el exterior con un brochazo tosco. Apremiado por el final, degenera la sensibilidad de su personaje, de penante sumiso a instintivo monstruo, mutándolo ante su miedo con un arranque violento, sensacionalista. Yerro capital de esta sobresaliente ópera prima.

Sin embargo, la propuesta más radical de la sección estuvo a cargo de Julián Hernández. Rabioso sol, rabioso cielo es una obra pretensiosa y retórica, no menoscabando su valor sino acreditándolo. Una composición poética al amor instintivo, al intemporal, por lo que se representa oníricamente como sugerencia de lo imposible.

El amor para Hernández no es un sentimiento sino una pulsión, orientada a la pasión por la carne, por eso los personajes no perfilan sus emociones sino simplemente las siguen, como ejecutando órdenes estrictas sin aplicar razonamiento. Estos deambulan por senderos oscuros, lugares corrompidos por la lujuria como cines abandonados y baños sucios, alzándolos a recintos del placer. El amor requiere búsqueda y persecución para conseguirse; por ende, la película se extiende en caminatas en pos de la concreción de ese deseo.

Rabioso sol, rabioso cielo grafica el ciclo del amor con un lirismo presuntuoso, tributando su trascendencia mayor en el comportamiento humano al enseñarlo grandioso en un contexto corrompido y grisáceo, como la textura de su imagen. Mi preferida de las que compitieron.

FESTIVAL DE LIMA 2009: DE QUEBEC A BUENOS AIRES

ESTAR Y SER SOLOS

La primera imagen es la de un desertor del mundo, un hombre que se entraña en un tenebroso bosque para consolidar su monotonía en el vagabundeo y la perdición. Una antesala sugerente a la exploración melancólica de cuatro retratos sobre los perfiles y alcances de la soledad. Contemplativa, Continental, una película sin armas, de Stéphane Lafleur, presenta y desarrolla a los personajes con pesadumbre, en silencios largos o conversaciones acongojadas; deprime adrede los cuatro casos paralelos pretendiendo motivar curiosidad sobre sus trasfondos y lástima simpatizante por los mismos.

Pero no es necesario un muestrario de razones para explicar la soledad de los solitarios protagonistas, sus condiciones son resultado de los avatares de estar vivos, de cumplir un ineludible ciclo que no distingue rango etario, por lo que Lafleur atina en proponer el encaramiento de sus estadios, mas no ensayar retrospectivas explicativas tan viciosas como dramáticamente ineficaces por enfáticas.

El artilugio del relato coral asoma como recurso sintetizador, no para redundar en las metáforas sobre la pequeñez del mundo o la universalidad del tema abarcado como en tantos antojos. Continental ahorra picos dramáticos por preponderar el laconismo y sensibilidad de la añoranza, los puchos de humor negro pasan desapercibidos ante tanto sigilo. De resolución sobria y madura, invita al conocimiento del interesante presente del cine quebequés.
UNA PIFIA ARGENTINA

Una de las mayores decepciones de estos cuatro días de festival fue El nido vacío, de Daniel Burman, presentada fuera de competencia por buenos motivos. Esta vez el director de Derecho de familia dedica su metraje a las fantasías de un cincuentón con problemas de inseguridad, un dramaturgo andropáusico disociado con todo su entorno. La película intenta rejuvenecer el semblante de este artista egocéntrico con su atracción hacia una bonita Violeta -una Eugenia Capizzano de poco gesto, aparentemente desprovista de emociones y sin empatía con la pantalla-, asimismo muestra el desorden en su rutina en pos de su nueva obra y problemáticas familiares acentuadas por el tiempo.
Así soslayemos el fallido giro de tuerca que resulta la confirmación de que el imaginario de Leonardo (Oscar Martínez) tras una mala noche es el productor de la principal acción dramática de toda la película, esta carece de interés por aburrida, además es cobarde por sus concesiones al público adulto facilista. Fútil de remate tras el viaje a Israel por motivos de mínima importancia, un capricho de la producción que no tiene motivaciones trascendentes.

Añadiendo a la poca originalidad del argumento, las estériles intervenciones del psicoterapeuta y las esporádicas secuencias musicales no encuentran engranaje coherente con el todo. Aspectos naif servibles para inflar la obra como ecléctica, resultando huachafa por redundar en la idea de la fantasía, de lo ligeramente irreal.

Lo más rescatable de El nido vacío son los acechos celosos de Leonardo a su esposa -una Cecilia Roth que siempre gusta-. La película interesa cuando se pone a prueba la fidelidad y confianza de la pareja, esos acercamientos detallistas con miradas suspicaces de Leonardo al observarla potencian una tensión emocional de explosión latente. Por eso que las escenas de los esforzados ejercicios en pareja son lo más distendido y fresco de este traspié de Burman.

lunes, 17 de agosto de 2009

FESTIVAL DE LIMA 2009: HABLA FRANCÉS

EL MIEDO AL s. XXI

La corrupción emocional de la sociedad, representada por la familia como pieza matriz, sucede por efecto de la expansión urbana y de la sedimentación de costumbres alienantes, dícese en Home, de Ursula Meier, que perfila una convivencia familiar ideal exonerándola de los vicios del mundo moderno, de su contexto intrínseco, bullicioso y contaminado; un entorno caótico donde la neurosis sería un patrón común de conducta.

La presencia de la carretera inacabada al borde de su solitario domicilio alude a la latente amenaza del contacto corruptor y expansivo del urbanismo, influyendo en la hija Judith a desertar el autoexilio de su familia una vez concretado el arribo, precedido por la finalización de las obras de construcción del camino, punto de inflexión del revés conductual de los padres protectores.

En adelante, Home se radicaliza en acciones reactivas contra el ruido y el contacto vecinal cuales infecciones virales a establecerse, siniestrando los ánimos y los miedos a niveles fóbicos, privándose de luz, aire y libertad en sus cuatro paredes como impulsos resignados ante el inminente oleaje de sus temores, por lo que la película se empaña de claroscuros y jadeos pronunciados cuando permuta a thriller claustrofóbico, que amaga desenlazarse fatalmente. Esta sombría situación límite sería motivo para el reflote al exterior de los cuatro miembros como resolución optimista, encarando las condiciones del contexto que rehúyen a la marcha entre hierbas. Home es un notable ensayo de conducta sobre el escrúpulo que deberíamos presentar ante la carcomida de la sociedad del caos y consumo.

LOS INDIOS COMO ADORNOS DE FOTO

Los indios andinos cargan con el prejuicio del imaginario europeo como grupos paganos, entregados a su folklore ancestral y llevados por la barbarie e incomunicación. Afectivamente también como figuras de postal, decoradores de paisajes; seres misteriosos vistos con extrañeza no sólo por su aspecto cobrizo inubicable en tierra de arios, sino por su “precario” estilo de vida entre tierra y rocas.

Esa imagen de mascotas bípedas en torno a su alusión es soportadora de las más variadas fantasías místicas o alegóricas, fabulescas o líricas, sin ninguna ser demasiado descabellada. Sólo los elfos son parangonables a sus posibilidades ficcionales y fantásticas. Altiplano, de Peter Brosens y Jessica Woodworth, es una estilizada obra manipuladora del indígena como portador de enigmas y colorido arty. Una obra visiblemente racista, interesante por su simbología del culto a las imágenes (visuales y esculpidas) como registros de tradición.

El viaje de luto de Grace a Turubamba es motivado por la redención de sus culpas pasadas como camarógrafa de guerra, asimismo para recorrer los pasos de su marido muerto por la ira indígena (señalada inocentemente cual travesura de niño). Secuencias de poco interés las de los esposos, salvo por la estética fotográfica y el ducho manejo de cámara con planos amplios y secuenciales donde se ejecutan elipsis en un solo giro de eje.

La virgen matrona del pueblo, las fotos de los indígenas caídos por una plaga de mercurio o los vídeos tomados de cámaras caseras, son registros venerados como historia tangible, sufridos con llantos y gritos de tan sólo dañarse. Portadores de voluntades guerreras (la virgen y las fotos, para el pueblo indígena) y de penitencias sentidas (los vídeos, del saludo de su esposo y de Saturnina en declaración de muerte, para Grace), son las imágenes que reciben un homenaje como fijación de las creencias. El remanente de este postulado está compuesto por retóricos planos de Saturnina fusionada con la tierra, que absorberá el tormento de Grace como conclusión de las querellas.

Los indios oran, bailan, juegan, peregrinan y hasta descansan en pose. Están alineados como artículos decorativos de un escenario. No son personajes sino detalles del contexto lírico propuesto con su sola presencia. Detalles notorios también en el cine de Claudia Llosa, que juega con la imagen indígena para matizar las secuencias decoloradas. Empero, son aspectos que no desmerecen un acabado fílmico en ningún porcentaje, sino que aportan al estudio de idiosincrasias y perfiles ideológicos.

Altiplano es celoso en cada uno de sus encuadres visualmente impecables, pero no siempre atina con el propósito, aún así vale la pena visitarlo.

FESTIVAL DE LIMA 2009: LA PRIMERA GRAN PELÍCULA


Entrando el invierno, el Encuentro Latinoamericano de Cine viste chic a la cinéfila pero informal Lima, acostumbrada a nutrir su bagaje con DVDes en venta a granel de catálogos piratas exhibidos a ras de piso y a la intemperie de las avenidas principales. En el más decente de los casos, dentro de vitrinas y en repisas de tiendas varias del emporio comercial del mercado negro más grande en el país, los célebres Polvos azules. Referente obligado de la variedad y el bajo precio en cualquier rubro comercial y alimenticio. Empero toda temporada, por más demandante e imponente que sea, toma un receso, que no casualmente nos tiene en tiempo presente.

Sólo las primeras semanas de agosto de cada año, el clásico 35mm retoma su popularidad en hombros de más de 100 títulos que componen la programación del Festival de Lima, evento cultural dirigido a las clases más pudientes de la capital, atrayendo igualmente el interés y expectativas de los numerosos curiosos de bolsillo estrecho que, con mucha prisa, se hacen de algunos tickets para las más voceadas en la previa, matizando una parafernalia criolla y variopinta de la inicial propuesta pituca.

Más allá de apuntes sociológicos y pintorescos, siempre lo más importante en un festival de cine serán las películas, su saldo como conjunto, las sobresalientes en cada categoría y las icónicas que hacen especial alguna edición. José Luis Guerín trajo bajo el brazo su cautivadora En la ciudad de Sylvia el año pasado. En su momento, dije apasionado que estábamos ante “una declamación al amor esquivo, al amor platónico de voyeur romántico, que entrega sus días a la contemplación de la beldad y a la concreción sentimental de sus pulsiones con sólo miradas”.

O cuando el 2007 me acercara emocionado y agradecido a Carlos Reygadas para estrechar su mano dos minutos después de deleitarme con Luz silenciosa al lado del también gozoso Ariel Rotter, que competía también con El otro. Dos episodios potentes de años anteriores que resumen las vivencias de esos días pegados a la butaca.


LA PRIMERA GRAN PELÍCULA DEL FESTIVAL

Ni bien empezada esta décimo tercera muestra, entusiasmado manifiesto que El silencio de Lorna, de Jean Pierre y Luc Dardenne, ya ocupa el lugar de las antes mencionadas en representación de este año, esperemos no en soledad. Para nada detecté un estancamiento o una repetición de discurso en el cine de los belgas. Sus búsquedas encuentran nuevos derroteros tras cada entrega, sus miradas se complejizan y abarcan más que lo empezado con La promesa, donde el remordimiento es el motor del arrepentimiento de un niño que sabe sólo de manipulación y timo.

Esta vez ya no se retrata el descalabro de un personaje sumido en situaciones límites, sino que postula y ejecuta una redención de su protagonista, aspecto focalizado antes en La promesa, con tufillo solemne y aventurero, y amagado en Rossetta y El niño con pretensión sugestiva, aún así lograda.

La cámara siempre inquieta, se acerca a sus personajes en interiores, los ensaya íntimos, y los enfría en las grises calles que transitan. Lorna es belga ante la comunidad, cuya mirada juiciosa no penetra las cuatro paredes donde es una inmigrante que vende su estado civil y ciudadanía, recién conseguida por un acuerdo turbio, por estabilidad económica. Asimismo, Claudy es dadivoso y comprensivo cuando no está angustiado por la heroína que lo hace adicto. La imagen del europeo promedio, sosegado y plácido ante la rutina, es filmada por los Dardenne en exteriores, desdibujando ese perfil en cerrados ambientes donde las miserias se ejecutan sin aspavientos.

El contexto representado es invariable en esta etapa de su obra. No se valen del suburbio de la actual Bélgica para endilgar vilezas a los figurantes de ese entorno, no señalan a los antagonistas como opresores de las buenas costumbres, ni los perfilan como mafiosos y pandillas incontestables, sino como usureros de las circunstancias, timadores urbanos, que empatizan con la condición callejera de sus personajes perturbados. Esa empatía es sostenida por mutuo acuerdo. En el cine de los Dardenne no hay tiranos ni coaccionados héroes, solamente pervertidos individuos que desarrollan su plan de vida en vicios y fijaciones azarosas.

La expresividad de la cámara y sus movimientos es la que marca la pauta emocional de la acción dramática, denotando angustia al cerrar un plano al rostro, o distensión al mostrar uno abierto con zumbido. Un estilo influyente para la actual producción del este europeo, principalmente en Rumania y Hungría con Mungiu y Fliegauf, respectivamente.

El silencio de Lorna orienta sus ambiciones a la evolución de su protagonista, conmueve tanto como perturba su expiación al proteger una supuesta vida próxima. Deja atrás su vida belga, con culpa, dinero y documentos incluidos, para refugiarse en las entrañas de la nada, donde supuestamente emergió.

sábado, 8 de agosto de 2009

LO VISTO DEL 3º FILMOCORTO

Por motivos de sueño atrasado no pudimos ver todas las componentes de la muestra, por lo que invito a completar esta cobertura con vuestra ayuda. Si nos perdimos su favorita, pues coméntela, siempre hay espacio para una discusión.

Esta vez apañado por el cartel de antesala al Festival de Lima, este 3º Filmocorto convocó numerosos curiosos ausentes el año pasado, cuando la Sala Azul del CCPUCP presentaba tristes vacíos por cada jornada de competencia celebrada los primeros días de julio, fecha distante del fervor cinéfilo que trae agosto consigo. Una corrección que debía hacerse antes que esta muestra referencial del audiovisual corto pase al olvido antes de su lustro.

*
Silvana Aguirre es una autora a considerar. Su Crossing (Altamar) es un filme de texturas, de sugerencia táctil por los encuadres cerrados a los rostros y manos de los protagonistas, confundiendo sus poros con el grano del celuloide. Una interacción con visos espectrales entre dos solitarios adolescentes que experimentan sensaciones espontáneas al sentir el viento de altamar y sus voces. Falla en hacer énfasis de una historia romántica efímera, empero su acabado técnico es impecable.

De premisa interesante, la precaria Altares, de Sofía Velásquez, documenta testimonios de fulanos y menganos que describen el valor sentimental de los objetos que cargan siempre consigo, cuales amuletos de veneración. Momentos sentidos y conmovedores encontramos en sus dilatados 22 minutos, en los que recurre a los mismos rostros infructuosamente para el mismo efecto de simpatía.

El énfasis en el claro discurso de Empleada doméstica, de Brian Jacobs, deja agridulce sabor de boca. El tema de la indiferencia a las muchas empleadas domésticas de las casonas de la clase media alta limeña es un tema no abarcado por vergüenza; no obstante, Jacobs lo hace con insolencia y compromiso con el bando mucamo. Su narración contemplativa para representar la monotonía de la enamorada empleada es acertada, pero llevada al límite de la sosedad. El mismo Jacobs presentaría en la misma competencia un experimento urdido en San Antonio de los Baños, ¿Quién es el verdugo?, donde los torsos desnudos de una pareja se contornean al ritmo de sus palabras. Extraño nomás.

Un chiste audiovisual despertó a más de uno: Aurora, de Mikael Stornfelt, que el año pasado consiguiera risas varias con su hilarante y chabacana 18k. Aurora se valora porque las imágenes son las graciosas, mas no las palabras.

El 2008, Margarita Cobilich Rizo Patrón patinó con Todos y nadie imitando al Tarantino de Pulp fiction, en esta ocasión se ridiculizaría con Don’t panic, olvidándose inclusive la coherencia narrativa destacable en su anterior trabajo. Risas timoratas se oían intercaladas en varios puntos, pues los parlamentos no tensionaban sino extrañaban por su ausencia de suspenso, por su profusión de clichés de series de gangster de poca monta, como los peores episodios de la Gran Sangre. Tal vez más responsable sea Carlos Hoyos Brown, su guionista.

Comprometido con la ecología serrana, El cambio climático ya está aquí, de Ricardo Cabellos, puso la nota ONG de la jornada. Testimonios de campesinos y especialistas haciendo un llamado más a la preservación del ecosistema. Sus 14 minutos parecieron 45. Totalmente fuera de lugar.

Extranjero, de Diego Sarmiento, es un collage fotográfico y testimonial de un inmigrante absorbido por la gigantesca Nueva York, en la que cuenta con melancolía su añoranza al barrio, comida y familia ahora lejanos. Las imágenes intercaladas de “aquí y allá” figuran dinámicamente el paralelismo entre las dos ciudades aludidas.

Pero no de todo se puede rescatar miajas siquiera. Nocturna es el esperpento de esta tercera edición, por: a) ser un melodrama pretensioso sólo por sus motivos gay, b) aberrante, su montaje es brusco con empalmes sin ninguna congruencia ni ilación narrativa y, c) vulgar, su ejecución gratuita de historia coral es eludible. Una licuación de los peores vicios del cine.

Interesante es el breve corto de Omar Forero, First Roll, donde el lenguaje del cine supera la barrera cultural y la ininteligibilidad del inglés mal hablado entre un latino y una coreana que filman su primer rollo sugerentemente con el nervio de la pérdida de la virginidad.

Una secuencia básica como una conversación entre dos otrora amigos, cambiados por el tiempo y amansados por sus costumbres, no encuentra pico dramático en Reunión. Antolín Prieto cuenta paralelamente el trato entre dos individuos cuando adultos, con estados de ánimo parcos, y cuando niños, con la vivacidad de sus expresiones e ilusiones inocentonas, haciendo contraste entre la sobriedad del ambiente de una sala de café con el júbilo de la niñez al jugar en la playa. La secuencia de los menores apela a la simpatía del público y a motivar interés por la nonada de la secuencia de los mayores, que nunca dice más que su tácito discurso con silencios incómodos.

Transitório, coproducción brasileña de Alex Cruz y Rodrigo Tangerino, navega, como el bote “protagonista”, entre lo experimental y lo documental, discute sobre la monotonía de seguir un mismo rumbo sin variar las condiciones, haciéndolo enfático con el recurso del blanco y negro, las tomas abiertas de individuos comunes en grupo y el tempo dilatado entre cada toma para tediar intencionalmente, a ratos irrumpe música de banda para evitar aletargamientos. Una retórica disgustosa para un sencillo postulado.

*
La media de lo visto el 2008 no fue superada -descontando a las logradas Rey de Londres, de Valeria Ruiz (ficción) y Por mis hijos, de Aymée Cruzategui (documental), varios peldaños arriba un año después-, lo que no es precisamente una razón de desconsuelo. Ergo, la actividad del cortometraje actualmente es más expectante que la de los afanosos largos de fines comerciales. La libertad para sus creaciones no se ven apremiadas por la recuperación de los peniques invertidos ni por la complacencia de algún público, evidenciándose este agente hasta en los trabajos más fallidos. El cortometraje está difundiéndose como una actividad catártica, artística, sus bajos costos lo permite. Es un campo fértil donde faltan manos y semillas.