sábado, 20 de octubre de 2007

LONG KHONG (2005)

de Pasith Buranajan y Kongkiat Khomsiri



El arte del diablo (título en castellano) llega a nuestra cartelera etiquetado de divertimento adolescente para un fin de semana ávido de exaltos efímeros... La típica película 'chongo' antesala de la borrachera, la calistenia eufórica para el "¡salud!" más desinhibido. O sea, en efecto, una banal distracción descontextualizada de su fin. El arte del diablo está hecha para sufrirla: nos señala como voyeuristas superlativamente morbosos, asimismo de imponernos la condición de testigos inocuos de la coprolalia torturadora más insana, haciéndonos tangir el desgarro de las débiles voluntades fungidos por un desalmado juez(a) . El film centra su pretensión en el manejo impúdico de la malintención, en el palmario de la sordidez desbocada; intencionalidad atestiguada por la convencional narración inicial predecesora al clímax, lo que hace suponer que la trama argumentativa no es el atractivo de la propuesta sino el efectismo visual a utilizarse para escarapelarnos.



Como historia la película cuenta el reencuentro con sus raíces, de manera lastimosa y turística, de 5 jóvenes (Kim, Por, Noot, Ko, Tair) originarios de la zona rural tailandesa, quienes regresan al campo para acompañar en el dolor a su amigo Ta por el fallecimiento de su padre. Ellos gozosos por su regreso rememoran lo antes vivido en esa etapa, resaltando las desdichas inolvidables motivadoras de su alejamiento. Los casos de embrujo y maldiciones de antaño no han disminuído en grado en ese presente, pues las ya emitidas aún no caducan su efecto.
El relato discurre en un círculo vicioso vengativo a raíz de maldiciones dirigidas entre los protagonistas de la tragedia a devenirse. Se apela a la magia negra para concretar sus objetivos más inmediatos, alterando así el curso natural de las acciones. Esta constante genera consecuencias irreparables para los involucrados.

La maestra Panor, la antagonista y ejecutora de las torturas, busca al responsable de su desdicha, nuevamente otra maldición, que encuentra a Por como culpable. Culpabilidad a cuestas de las vidas de sus amigos caídos por esa enfermiza pesquisa, proporcionadora del clímax violento atrapante de esta entrega, que con tempo in crescendo atinado subyuga al espectador como cómplice o alcahuete de los desatinos pretéritos de los protagonistas.



El 'espíritu' penante de Ta es quien convoca al resto de vuelta para el enjuiciamiento presidido por la maestra (Panor),quien inconforme por el desconocimiento del culpable de su sufrimiento prodiga abyección indistintamente. En ese detalle radican los principales desatinos del film, pues siendo Ta una ilusión producto de magia tiene demasiada injerencia en los acontecimientos: habla por teléfono, da chapuzones salvadores, socorre vidas, carga en hombros, etc. Este despiste alude a la distracción del espectador, quien es presa de un truco atentador contra el raccord del acabado, además de mermar en la impresión narratológica concebida. Se da un giro de tuerca radical para inyectarle drama e impacto al desenlace, recurso innecesario para lo que ya se había logrado con la tensión propuesta, moción trepidante y demostración doliente en el transcurrir de la película, por lo cual ese ardid de sorpresa resulta contraproducente.Kim muere al 'espíritu' de Ta llevársela consigo para cumplir con la condición del último conjuro mostrado, consistente en la unión eterna de ambos.

El arte del diablo carece de estética fotográfica sugerente, sólo acude a la lobreguez de la imagen como denotadora de lo sombrío, además de no contar con pulcritud del lenguaje, pues los cortes y empalmes secos significan no prisa en el montaje sino falta de oficio para esa lid. Los atributos desconllantes de esta producción tailandesa son las variables en el tratamiento de la emoción terrorífica vivida por los jóvenes, en la transformación lograda del relato soso y convencional a un vaivén de amenazantes situaciones capturadoras de atención, y en la 'valentía' de encararnos sangre, piel y huesos como sustancia justificada por la intención establecida.

Esta entrega es efectista, sí, pero para enrostranos nuestra sensiblera e indiferente idiosincrasia de manera sumamente explícita frente a las consecuencias sufrientes de la venganza, generadora de más venganza, omitiendo la elipsis en los momentos compuestos de imágenes grotescas hirientes a susceptibilidades cursiles. La dupla tailandesa no duda en abrasar a un sujeto vivo, en arrancar uñas con alicate, en extraer reptiles de las entrañas de un individuo o en hervir el rostro de una mujer; esto será en pro de inquietar nuestra conciencia a fin de un estribillo moralista, pero imperiosamente alarmante en esta sociedad actual de autodestrucción... La venganza es tema y preocupación cogidos, también, por Chan Wook Park, otro asiático, como musa para su filmografía en su "trilogía de la venganza" (Sympathy for Mr. Vengeance, Oldboy, Sympathy for lady Vengeance) que tanto estupor produjo tanto en oriente como en occidente.


Esta tailandesa anima la cartelera por el principal hecho de ser una película de 'idioma extranjero' (no gringo) presente en nuestra hollywoodense lista a disposición, lo que la convierte en una rareza, aparte de proceder del Asia fructífera de hoy, fuente sorprendente de hechuras originales y ambiciosas tanto en lo narrativo como en lo argumental. Por ello, se agradece la llegada de esta versión antes que los norteños pergeñen un despreciable remake como los que suelen hacer -y traer- para nuestro infortunio.

El arte del diablo es entretenimiento culposo, asimismo una reflexión embozada con sangre. Si para una próxima entrega los autores tailandeses se preocupan en pulir su denuncia audiovisual con estética del lenguaje, más argumentativa lúcida y coherente, los resultados serán vociferados en un círculo más amplio que de la 'chibolada' asustadiza.

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