Don Johnston (inexpresivamente expresivo y memorable Bill Murray) es un galán del ayer, melancólico y apático, que vive su opulenta fortuna trascurriendo los días en la mera inactividad productiva. Sherry (Julie Delpy), su compromiso de turno, lo abandona por indecisión al no saber qué quiere con su vida, ya que con Don no augura un feliz futuro.
Una vez solo y abandonado (precisa frase), Don recibe una anónima carta rosa, en la cual le informan la existencia de un hijo suyo de 19 años que aparentemente ha ido a su búsqueda. Esto no inmuta sobremanera al protagonista, quien pretende omitir el contenido del anuncio y seguir con su desganada rutina sin exabruptos. Winston (Jeffrey Wright), su único amigo, convence al ex-donjuán para que preste mayor atención a esa posibilidad y así cambie su vida, elaborando un sesudo y, hasta, disparatado plan para que el posible padre visite a las posibles madres del posible hijo en cuestión, y así conseguir pistas como fotografías, máquinas de escribir rosa o declaraciones que indiquen quién es la remitente de la anónima carta.
El primer destino del tour es un pequeño y apartado vecindario en el cual se encuentra la casa de Laura (Sharon Stone), quien es una viuda madre que junto a su libertina hija viven de forma independiente y al parecer feliz. Don no recibe respuestas en esta visita, lo cual le parece lo más normal, ya que cada cierto rato recapacita sobre la descabellada estrategia de viaje que está ejecutando.
En una comunidad residencial acomodada vive la otrora hippie y ahora conservadora Dora (Frances Conroy) con su marido Ron. La cena entre la pareja y Don es la escena más lograda de la película, una sepulcral e incómoda reunión de ambiente cargado por la rememoración forzada de un pasado no muy grato para ambos. Una experiencia dadora de nada en cuanto a la pesquisa del viajero existencial.
En el tercer destino busca a Carmen, quien es una comunicadora de animales. Ella entiende el lenguaje animal y lo traduce a sus clientes quienes asisten a su consultorio con sus mascotas para que estas manifiesten sus inquietudes. Don nunca estuvo más distante de su objetivo como en ese caso, pues Carmen es lesbiana para los suspicaces -como yo- y solamente tiene una hija de 16. No encuentra nada revelador, sólo un tímido rechazo por parte de la doctora que prefiere proseguir con sus atenciones que con la plática.
El ánimo de Don no ha variado en todo el viaje, cabe la duda si ha guardado esperanzas para ese periplo infructuoso desde un principio. Penny es la última de la lista, ella junto a dos rebeldes motociclistas viven al medio de un bosque, pantano o algo similar. Don encuentra allí una máquina de escribir rosa, más un férreo rechazo por parte de Penny, quien lo echa del lugar alterada tras la pregunta acerca de la existencia de un hijo suyo. Él sería coaccionado a acabar con la visita, asimismo con el cuestionario, al ser golpeado por uno de los rufianes.
Michelle Pepe es la única amante de esa temporada en la vida de Don que ya no está con vida. Su visita al cementerio es un capítulo generalizador en la historia, pues como todo muerto ella es incapaz de comunicar 'algo'; ese 'algo' que Don buscó en todo su viaje y que no encontró. Es así, entonces que la escena del cementerio es similar a las anteriores, ya que la nulidad en resultados es equiparable a las demás.
El viaje no resuelve nada, asimismo no se descubre nada en él, pero Don no tiene la misma animosidad de su partida. Sale despreocupado y casi impulsado por el estado zombie en busca de vida que lo caracteriza; en cambio, regresa sugestionado por la posibilidad de que cada joven con las características descritas en la carta sea su posible hijo. Está optimista por el encuentro con ese ente complemento para su vida. El viaje lo realizó con la intención de encontrar eso que le hace falta, esta vez representado con la posibilidad de ser padre. Johnston en su rostro no lo expresa así, lo cual da la impresión de desesperanza a la vuelta de su tour, pero sus actos demuestran una contrariedad apenas distinguible, lo que provoca una encantadora ambigüedad en el personaje.
El contraste entre los dos amigos, Don y Winston, propone la analogía pretender : ser. Don es tan abúlico con su pesquisa como Winston vivaz en su plenitud; se plantea polos opuestos para dar notoriedad a lo propuesto.
La alegre música etiope es la ambientadora de las acciones en los momentos de tránsito del protagonista, se apela a esto como indicador de invariabilidad en la emoción de Don mientras se traslada de un lugar a otro. Asimismo, la música en cuestión, como lenguaje de las emociones, difiere de la emotividad del protagonista, lo que le atañe un humor voluntario a los acontecimientos por el contraste entre lo real ( el estado de ánimo del personaje de Murray) y lo pretendido (la estéril intención de alegrar su travesía mediante la música).
Broken flowers es irónica, y sustancialmente graciosa, por lo que representa Don como personaje: un cuasi alma en pena buscando una última oportunidad de volverse tangible. Bill Murray con esta interpretación llega al tope de sus posibilidades por la perfección encajada entre lo real y lo ficticio. Murray es visto sin esfuerzo como Don Johnston, un tipo desobligado y melancólico, que hace esfuerzos propuestos por terceros para ubicar el sabor en su insulsez.
Broken flowers es la entrega más accesible de este autor por varios motivos: su reparto lo componen famosas estrellas de Hollywood, fue publicitada, falsamente, como la comedia del año (2005), además fue ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes, evento cada vez más mediático, etc.
Jarmusch se vuelve masivo, 'accesible' y convencional, hay elementos que parecen indicar designio para esa condición actual. Particularmente, no tengo prejuicios ni malestares en relación a eso, pues su cine sigue siendo el portavoz de la contemplación y el palmario de quien no todos consideran, ya sean estos pobres o ricos, blancos o negros y/o asesinos o sumisos. Ellos son la materia prima del indie, los que todos miran de reojo...
Me es difícil determinar si he podido exprimirla en su plenitud, siento una similar sensación a la de dos años atrás, a diferencia de haber encontrado mayores virtudes que en aquella oportunidad. Y es el cine de Jarmusch es el mostrador de su mirada del mundo, libre y desapasionada, como la de todo artista que se precie de serlo debe plasmar en sus producciones. Tal vez dentro de dos años o dos días ubique nuevos elementos que me fueron negados en esos entonces, porque el cine del estadounidense se presta para nuevos descubrimientos tras cada visionado . Jarmusch se abre como una flor rota para ser descubierto, su obra nos lo permite...
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