domingo, 24 de agosto de 2008

DISCUSIÓN CON ISAAC LEÓN SOBRE LOS GÉNEROS CINEMATOGRÁFICOS, A RAÍZ DE UNO "NUEVO" (¿?)

En la cobertura que hice del festival último, en una de mis notas con las que colaboré con el blog PÁGINAS DEL DIARIO DE SATÁN, manifesté una aclaración que devino una simpática polémica, entre quien escribe e ISAAC LEÓN FRÍAS, sobre la aceptación de un género postmoderno, entendido así por mí, a propósito de algunos trabajos "contemplativos" que protagonizaron la última cita cinematográfica en nuestra capital como Liverpool, de Lisandro Alonso, Los bastardos, de Amat Escalante y El cielo, la tierra y la lluvia, de José Luis Torres Leiva, que cimentan una nueva identidad narrativa genérica, ya vista desde años anteriores con Los muertos, del mismo Alonso, Hamaca paraguaya, de Paz Encina, etc.

Cito textualmente el párrafo donde expreso la discutida aclaración: "...Este cine de contemplación, del tedio, es casi un género post moderno, que tiene a sus principales exponentes por estos lares, los soporíferos Lisandro Alonso, Carlos Reygadas, Amat Escalante y, ahora, José Luis Torres Leiva, claramente diferenciados en propósitos (premisa o argumento) y formas (fotografía y tempo), solamente compartiendo los adjetivos “lento” y “aburrido”, lo que arbitrariamente los mete en un mismo saco..."


Chacho fue quien dió el primer apunte, a los que siguieron 5 más entre ambos, intercalándonos los turnos, en los que intentamos dejar en claro nuestra postura:

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ISAAC LEÓN FRÍAS (16 de agosto de 2008 14:47)
No creo que se pueda hablar de un género posmoderno por más que hayan muchos títulos que compartan lentitud y mirada reposada. El género está hecho de convenciones narrativas, se organiza a partir de un cierto haz de repeticiones y se sedimenta en las pequeñas variaciones y cambios (a veces no tan pequeñas) que se producen a lo largo del tiempo. Además, en el cine y en otros medios masivos, la "serialidad" marca la existencia de los géneros y sus modalidades.La "lentitud" y la mirada reposada pertenecen al orden del estilo y del tratamiento fílmico yno son atributos exclusivos de ningún género. Son, en todo caso, "estilemas", que tampoco tienen por qué reducirse al espacio (tampoco reductible a unos pocos rasgos)del llamado cine moderno. No conviene abusar niforzar los alcances del concepto degénero porque se incurre inevitablemente en diversos equívocos.

YO (16 de agosto de 2008 16:18)
Y seguimos con la rigidez de conceptos. Los puntos tocados por el buen Chacho, cimentados por la teoría, son válidos. Pero mi posición sigue firme y defendida. Explico:

El género Horror se compone por escenas amedrentadoras en pantalla; asimismo el Suspenso, por tensas e intrigantes. Entonces, estos dos géneros reconocibles y reconocidos dependen de muestras de estilo del autor para llevarlos a ese punto definido. Los componentes físicos (escenografía, vestuario, etc.) no aclararán si un relato es Suspenso u Horror sino hasta manifestarse la intencionalidad narrativa, el estilo de autor, que mecánicamente los induzca a su condición genérica. Ciertamente una toma contemplativa puede ser parte de una película de horror, como también una escena cómica puede presentarse en un drama. Por eso, antes de ser géneros, son elementos narrativos que por ser reiterativos y trascendentes en las películas se definen como tales. El tiempo, los exponentes y las obras constantes los sedimentan en esa convención. Esa "serialidad" es precisamente lo que me induce a echar esta aclaración que se discute, pues tanto las películas de Alonso o Torres Leiva priorizan la mirada taciturna contra el esquema aristotélico o a cualquier otro concepto de género. ¿Sus películas son dramas o comedias? ¿Basta con sólo adjetivarlas de "inclasificables" o ser hijos de un estilo? Es que esta tendencia última -no descarto anteriores manifestaciones esporádicas- por dar más importancia al espacio y sus elementos que a la acción de los mismos es un compendio que lo hace más que un "estilema" en común. Sus aclaraciones en parte defienden mi postura.

ISAAC LEÓN FRÍAS (18 de agosto de 2008 18:39)
Los géneros, John, son categorías muy generales y no nacen de un día para otro por más afinidades que puedan tener algunas decenas de películas. Tú lo dices, puede ser una tendencia, pero no es en absoluto un género. Es cierto que no todas las películas ingresan al cómodo territorio de la caracterización genérica, como es cierto que el concepto de género es insuficiente para explicar ciertas obras "de género" (un western como "Río Bravo" o un film de horror como "Psicosis", por ejemplo). No creo, entonces, que haya que descubrir géneros donde no los hay. "Luz silenciosa", "El cielo, la tierra y la lluvia", "Liverpool", "Los muertos, "Hamaca paraguaya" y otras películas que participan de postulados estéticos similares, son genéricamente dramas porque el espacio del drama tiene una amplia cobertura. Claro que tipificarlas como dramas dice muy poco de esas propuestas y allí entra el análisis y la capacidad del crítico para precisar la modalidad dramática en cuestión y, sobre todo, las particularidades que ofrecen en común o cada una de manera específica. Son casos en que el concepto de drama por sí solo dice muy poco o no dice nada. Los parámetros genéricos no son muy abundantes, lo son en todo caso las variaciones y las combinaciones que se producen a partir de ellos. El neorrealismo italiano no constituyó un género. Se alimentó del melodrama, del reportaje, incluso de la comedia. La nueva ola francesa tampoco impuso ningún género. Asimiló a su manera el policial, la comedia musical, la autobiografía y el diario personal. El cine latinoamericano de Lisandro Alonso, Reygadas y otros no inventa ningún género. Son obras de autor, tributarias del drama en su versión más íntima y secreta, pero también de otras fuentes (la épica del desarraigo en Alonso, los "oratorios" amorosos de Dreyer en Reygadas) y, en última instancia, inclasificables. Porque en muchos casos la noción de género sirve para hacer una ubicación general y muy poco más que eso. Y las obras de los autores que trabajan fuera de los esquemas genéricos canónicos son eso: obras que remiten al estilo idiosincrático de sus autores. Fellini empezó en la comedia dramática (Luces de variedades, Eljeque blanco), siguió con el drama (La calle, Los inútiles, El cuentero, Las noches de Cabiria), pero ya con fuertes componentes personales y luego, a partir de La dolce vita (otra vez drama, en un sentido genérico) fue construyendo relatos que cada vez más remitíana un estilo propio e intransferible. Por otra, no es "serialidad" lo que vemos en las películas en cuestión. Serialidad había en el cine mexicano de los años 40 y 50,en las películas de la Warner de los años de apogeo de Hollywood, en los melodramas de la India. Cada película latinoamericana reciente es independiente de las otras que se hacen y no tienen nada que ver con el menor asomo de serialidad. Recomiendo la lectura de "Los géneros cinematográficos", de Rick Altman, y de "Mensajes icónicos en la cultura de masas", de Román Gubern, para aclarar los conceptos de género y serialidad.

YO (19 de agosto de 2008 0:15)
Muchas gracias por las recomendaciones, Chacho. No creo que sea tan necesario acudir a citas de tanta tinta y muchas páginas. Sigamos: Un Género adjetiva a una obra según sus convenciones y componentes, comunes e identificables con relación a un grupo, enmarcándola y encasillándola como tal por sus características similares. Asimismo funge como clasificador arbitrario ante ejemplos de mixtura y eclecticismo, que, por preponderar un estilo genérico en mayor porcentaje, sucumbe ante la generalización. Esa es su principal función, delimitar a una obra a un simple calificativo, no dejándola cual globo de helio flotando en su marginalidad, para casos difíciles. Por eso, según generalidades y características de estilo de definición inexacta, me aventuré a la aclaración que ahora se discute. Mi posición se balancea entre el canon y el tino hipotético, que por falta de antecedente erudito, divaga en la credibilidad. Entonces, ¿estamos condenados a seguir lo establecido décadas atrás, repartiendo las nuevas manifestaciones artísticas en los rubros arraigados por el tiempo, que por estas compartir ciertos guiños con el drama o la comedia se les enmarca en esos limitados cuadros que no hacen honor a su real dimensión compleja y heterogénea? Se cita a la Nouvelle vague y al Neorrealismo italiano, que no son considerados géneros con justo motivo, pues fueron híbridos de géneros y subgéneros acompañados de propuestas audaces y rebeldes en lo que a puesta en escena se refiere. Entonces, sí, fueron tendencias, mas no géneros como bien aclaras.Digamos del western, ¿qué lo hace un género? ¿Acaso no son tan dramáticos -y muchas veces trágicos- sus relatos como para pertenecer a esos aparatados? En relación a esto tenemos:
El contexto: el occidente norteamericano, de parajes indómitos y áridos; la idiosincrasia: ambigua en perfiles, campantes con la ley del más fuerte o del más rápido para disparar; el carácter: épico y aventurero de sus guiones; etc. son sus características inherentes que los adscriben como westerns y no como dramas o tragedias, que indudablemente lo son, pero no en género cinematográfico. Por ello, se entiende con este ejemplo que el "género" tiene un fin meramente ordenador, de preceptos y caracteres comunes para su identificación fácil. En el cine de Alonso y Torres Leiva, ellos más que todo -a Reygadas sí lo considero "dramaturgo"-, el drama requiere mutismo y contemplación para simularlo como tal. La mirada reposada pretende ver y hacer sentir sensaciones no precisamente emotivas sino reflexivas y/o estimulantes. Estas películas "lentas", por tener fines, procesos y estilos diferenciados a los de la conmoción no los considero dramas, que es la acepción más difícil de cuestionar y por la cual se acomodan por descarte.Que los autores naveguen en diferentes géneros no implica que los antes abordados no lo sean más, sino que se pegó un brinco de pretensiones. Que Fellini haya llevado un proceso de maduración cinematográfica no creo que venga al caso. Si hablamos de Nouvelle vague, Neorrealismo italiano o Nuevo cine argentino como análogos a mi postura sobre el tema tratado, entonces la discusión se está confundiendo con otra inexistente. A lo que voy al señalar a este cine contemplativo -la palabra ya está ajándose- como género es porque propone peculiaridades que no responden a la risa, al susto, al sentimentalismo o al extrañamiento, sino a la abstracción y admiración de lo que se plantea, provocando una intencionalidad claramente contrastante a las de “otros” géneros. Este (tipo de) cine posee particularidades autónomas que por omitidas o menospreciadas no ocupan un lugar genérico, requiriendo de un señalamiento más pronunciado para su debate serio. Si el tiempo y los entendidos lo clarifican o entierran, dependerá de la actividad y constancia de sus propios exponentes, que deben allanar su propio camino.

ISAAC LEÓN FRÍAS (19 de agosto de 2008 21:48)
Por razones de claridad, voy a enumerar mi argumentación.
1) El concepto de género, sin duda, proviene de prácticas artísticas de vieja data. Se hanestablecido géneros en la música, en la pintura y ciertamente en las artes narrativas y representativas. Las nociones de drama, comedia y tragedia así como las de épica y lírica, entre otras, tienen una larga historia y se han aplicado ya en el siglo XX a las artes audiovisuales. Hay, con frecuencia una superposición de términos, porque en efecto el western es de alguna forma hijo del drama y la aventura (un género del campo de la épica). No se trata de ser conservadores en materia de catalogación de géneros, pero tampoco aplicar tan libremente el concepto de género a lo que, en todo caso, es sólo una tendencia.
2) Hay varios géneros establecidos a partir de ciertas convenciones que se impusieron en el cine: el western (casi sin antecedentes literarios), el policial (con algunos antecedentes, pero con un desarrollo literario simultáneo), la comedia musical (proveniente en parte del teatro de Broadway, de la opereta centroeuropea y de otras influencias), el terror y la ciencia ficción, la slapstick comedy, por mencionar algunos que llegan a tener una identidad fílmica relativamente diferenciada, más allá de las posibles combinaciones o superposiciones que pueden haber entre ellos. Pero esos géneros y subgéneros están muy asociados a los estudios y a las políticas de producción masiva. Son géneros "industriales", al margen de que con ellos se hayan hecho grandes películas. Pero la noción de género en el cine es indisociable de las políticas de las grandes empresas y de la necesidad de establecer patrones en los cuales los espectadores pudieran "sentirse cómodos".
3) Las películas de los autores latinoamericanos que menciona John son propuestas independientes,"incómodas", que no tienen nada que ver con las constantes de lo que se conoce como géneros ni aspiran a convertirse en nada que se le parezca. Además, si se toman en cuenta los criterios que destaca John para conjeturar sobre un género postmoderno (la lentitud y la mirada reposada), entrarían en tal "género" las películas de Antonioni, Rohmer,Straub, Angelopoulos, Kiarostami,Erice, Jarmusch, Kaurismaki, Manoel de Oliveira, y varias de Jean Renoir (como Toni, por ejemplo) o del mismo Dreyer, ya no digamos las de Yasujiro Ozu o de Mikio Naruse o las de Satyajit Ray y por qué no Sleep y Empire, entre otras, de Andy Warhol, el súmun de la lentitud y la mirada reposada. Es decir, nos metemos en una torre de Babel (o en un berengenal, como se decía antes) de donde no hay cómo salir. No creo, pues, que sea procedente ni útil especular sobre un género postmoderno. Sí, en todocaso, de afinidades estéticas o de una poética que conviene dilucidar.

YO (20 de agosto de 2008 14:54)
La aclaración del postmodernismo es lo más discutible de mi ponencia, pues, cierto, Renoir, Antonioni, Rohmer, y algunos que mencionas, no datan de la contemporaneidad, pero gran parte de su obra, mas no toda, se basaron en premisas dramáticas, lo que no aludiría a mi punto, el cual se trata. Asimismo la obra de Kaurismaki es tan dramática como observadora -léase “contemplativa” y juzgadora- de su propia sociedad marginal; como por su parte la de Jarmusch, de toques irónicos y existencialistas, pero con fines explícitamente dramáticos. No me refiero a la mirada "reposada y lenta" en puesta en escena como el factor determinante para que se hable de un género, el cual defiendo, sino la intencionalidad de ese recurso o estilo, que prioriza la provocación de estímulos sensoriales frente a los elementos filmados, entendidos como contemplación y enajenación. Por eso, Luz silenciosa no es partidaria de mi hipótesis por ser netamente dramática, una historia de amor, filmada con “lentitud”, al igual que la obra de Kaurismaki, De Oliveira, Rohmer, Dreyer, Jarmusch, etc. Por otro, entonces estarías certificando que los estudios o establishment son los más adecuados para afianzar géneros, deliberados estos en formas y propósitos por una empresa que los usufructúa por taquilla. Para tal caso, otra forma, menos explotadora, de concluirlos debería haber, ¿no? La larga data de los clásicos géneros Comedia, Tragedia o Drama, no deberían imposibilitar el afloro de nuevas generalidades, pues “el todo” no sólo se cierne a jocosidades, desgracias o emotividades. Casos como el policial o western son hijos híbridos de la sobreposición y licuación de géneros y subgéneros, aportando a la mixtura y enriquecimiento de las narraciones, mas no a una nueva expresión autónoma en caracteres. Por ello, géneros no me parecen, aunque los años y la tinta erudita ya lo hayan declarado así, haciendo parecer a mi declaración como una pataleta de mendigo. Que las películas que aludo no quieran unificarse, ni “encasillarse”, en un género es de lo más sensato, pues son muestras independientes de arte que comparten características y designios, por lo cual yo me aventuro a englobarlas en un “incómodo” saco, que provoca reacciones disconformes.
Finiquito: la tendencia es filmar “lento” como estilo narrativo; el género, lo compondrían filmes “lentos” que resaltan los elementos pro contemplación, sin dramatismo ni argumento trascendente. Que no se confundan los fundamentos, lo que al parecer ha acaecido.

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Ustedes saquen sus conclusiones, a la vez que aportan su punto en los comments para seguir discutiendo...

Chacho, creo yo, debe aún una respuesta. Esperemos...

lunes, 18 de agosto de 2008

REFLEXIONES FORZADAS DEL FESTIVAL PASADO

Para balancear mi experiencia festivalera dejo unas reflexiones y comentarios últimos, motivados por algunas preguntas que me llegaron por medio de Emanuel Ramos, un entusiasta blogger que pretende acopiar y comparar diversas perspectivas sobre el evento que apenas termina. Mis dedos tipearon estas reflexiones a raíz de sus preguntas:

¿Qué balance final haces del 12º Festival de Cine de Lima?
El Festival de Lima depende su calidad de la actividad (cinematográfica) latinoamericana del momento. Este año fue superior al anterior porque hubo una mayor cantidad de películas atractivas estrenadas en diversos e importantes festivales alrededor del mundo durante el último año. El caso del cine argentino es un caso notable, pues su selección fue de lo más distinguido del festival, asimismo el ascendente cine chileno, que promedia 15 largos al año, trajo dos de los mejores competidores a colación.
Ni qué decir en el apartado de documental, que, por contar con sólo 9 títulos, estuvo nutrido de una selecta lista de laureados títulos.
El 2007 y 2008 fueron buenos años para el cine latinoamericano, lo que se vio reflejado en el festival que recién culmina. Aunque nunca faltan cuestionamientos sobre algunos ausentes, más aún sin son tan importantes como LA película del último BAFICI, Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, y, la ya dos veces postergada, Calle Santa Fe, de Carmen Castillo, con las cuales nos quedamos con las ganas.
Si algo hay que reprochar a este festival son sus magras muestras paralelas, donde poco hubo de qué emocionarse. La mayoría fueron estrenos adelantados, que en estas semanas próximas entrarán a nuestros multicines, además de mostrar la impresentable sección "Secretos y tesoros de Latinoamérica", sugerente nombre que contradice innegablemente a su contenido de cuestionable e ínfima calidad. Pero, como todo no es color de hormiga, se destacaron las retrospectivas de Leonardo Favio y Nikita Mijalkhov.
En global se redondea como un buen festival en lo que a las competencias oficiales se refiere y un descuidado evento para con su marco, sus muestras paralelas, que también atraen a ojos cinéfilos.

¿Cuál que es el rumbo que está tomando el cine latinoamericano contemporáneo?
El cine latinoamericano está creciendo en estima a vista de los europeos, notándose por su presencia importante en los últimos festivales de Cannes, Venecia y Berlín. Los argentinos son, sin duda, los abanderados de este actual embiste, por lo cual me animo a segmentar el cine argentino y al cine latinoamericano como dos manifestaciones independientes en esfuerzos y calidad.
Cuando se habló de la Nouvelle vague, ¿se habló de un cine europeo independiente y rebelde? O, cuando se estableció Bollywood en India, ¿se habló de un pomposo cine en el sur asiático? Respondo diciendo que el Nuevo cine argentino es una voz que difiere notoriamente al cúmulo hecho en la zona hispanohablante de América, tanto en calidad, como en recursos e identidad como grupo. Por lo cual, creo a Argentina una fuerza aparte, que se produce y publicita con autonomía, con diferencia a la cola hedionda que el resto (los otros países de la zona, nosotros incluidos) representa.

Dentro del contexto del cine latinoamericano, ¿cuál es el lugar que ocupa el “cine peruano”?
No creo que exista un concepto sólido de "cine peruano", sino más bien individualidades fílmicas que aparecen esporádicamente.
Las películas limeñas no tienen una identidad en conjunto, son esfuerzos distintos y celosos de cada equipo de producción que como puede saca su proyecto a flote.
No formamos una corriente o un conjunto reconocible por su estilo. Somos simplemente un reducido número de películas que nacieron dentro de nuestras fronteras.
Cada película peruana baila con su propio pañuelo. Por eso, no ocupamos ningún sitial preferencial, pues no somos referencia importante para ninguna cinematografía.
Ahora, si hablamos de un cine peruano identificable por su estilo propio, de características generales que responden a una corriente en común, nos referiríamos al cine marginal de provincias, que con sus carentes recursos, técnicos e intelectuales, han sabido hacerse de una identidad y espacio en los anales de nuestra historia.
El cine peruano, como entidad, se debe a los esfuerzos provincianos por manifestarse a las masas. Prefiero hablar de ellos como cine peruano, que de las películas limeñas tan disímiles entre ellas mismas, a la vez de fallidas, en mayoría importante.

¿Cuál es la escena (o imágenes de alguna película) que le causó mayor placer estético?
La mayoría de las tomas en exteriores de la pulida El cielo, la tierra y la lluvia, del chileno José Luis Torres Leiva. Doy tanto mérito al fotógrafo, Inti Briones, como al mismo autor. Hermosas tomas ampliadas de parajes, que funden al humano y a la naturaleza en un mismo cuadro de contemplación y enajenación.

¿Cuál fue la propuesta cinematográfica más arriesgada de este Festival?
Un tigre de papel, de Luis Ospina, es un documental con embozadas secuencias ficticias, que aportan al humor y al cuestionamiento sobre nuestra credulidad. Esta obra, además de desconcertante, es un testimonio histórico - no muy fidedigno, lo que lo hace más simpática- sobre un ilustre personaje del arte colombiano en el siglo XX.
También, por más cuestionada que sea, Ainda orantantangos, Gustavo Spolidoro, es una película fresca, irreverente y valiente. Aunque el acabado deja sinsabor, con pocos pasajes logrados, se valora la apuesta: su hilaridad picante y su petulancia técnica, pero efectiva.

LA MEJOR PELÍCULA: LOS BASTARDOS, de Amat Escalante.
EL MEJOR DIRECTOR: Pablo Trapero, por Leonera
LO PEOR
: La sección "Secretos y tesoros de Latinoamérica", compuesta por un cúmulo de cintas fallidas, excluidas de la competencia por su baja calidad.
LA REVELACIÓN: tardía, pero revelación al fin, Luis Ospina, director de Un tigre de papel.
LA DECEPCIÓN: Los cortometrajes de Mantarraya Producciones.
LO MÁS IMPACTANTE: Nada impactante, mas sí sorprendente fue la revelación de la abuela sobre el pasado de Riosse en Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo.

sábado, 16 de agosto de 2008

FESTIVAL DE LIMA: LO MEJOR, LO MALO Y LO VERGONZOSO

Sólo un adjetivo es sufieciente:

LO MEJOR:
1. LOS BASTARDOS, de Amat Escalante
2. EN LA CIUDAD DE SYLVIA, de José Luis Guerín
3. LUST, CAUTION, de Ang Lee
4. EL CIELO, LA TIERRA Y LA LLUVIA, de José Luis Torres Leiva
5. LEONERA, de Pablo Trapero
6. INTIMIDADES DE SHAKESPEARE Y VICTOR HUGO, de Yulene Olaizola
7. LA MUJER SIN CABEZA, de Lucrecia Martel
8. UN TIGRE DE PAPEL, de Luis Ospina
9. LUCES AL ATARDECER, de Aki Kaurismaki

IMPORTANTES:
- LIVERPOOL, de Lisandro Alonso
- TROPA DE ÉLITE, José Padilha
- TONY MANERO, de Pablo Larraín
- JOGO DE CENA, de José Coutinho
- 12:08 AL ESTE DE BUCAREST, de Corneliu Poromboiu
- AL OTRO LADO, de Fatih Akin

LO MALO:
- MUTUM, de Sandra Kogut
- EL ACUARELISTA, de Daniel Ró
- PERSONAL BELONGINS, de Alejandro Brugués
- POSTALES DE LENINGRADO, de Mariana Rondón
- LA ZONA, Rodrigo Plá
- SATANÁS, de Andrés Baiz

LO VERGONZOSO:
- VOLVIENDO A LA LUZ, de Delia Ackerman
- PERRO SIN DUEÑO, Beto Brant y Renato Ciasca
- EL BRINDIS, de Shai Agosín
- Los cortometarjes de MANTARRAYA PRODUCCIONES

jueves, 14 de agosto de 2008

FESTIVAL DE LIMA: CRÓNICA 6


La Unidad 25, al parecer, no es un presidio sino una iglesia cristiana de la cual no se puede escapar, solamente adaptarse o subordinarse a ella. Un templo con barrotes y candados donde los celadores son gritones de la palabra de Dios, que con más firmeza que seguridad la vociferan para los presos/creyentes del pabellón.

Unidad 25, de Alejo Hoijman, es un registro de seguimiento a un recluso nuevo, en inicio renuente a las doctrinas que profesan sus compañeros, quienes temprano, cual campesinos, gargantean y aplauden aleluyas y amenes en el corredor principal.

Más que el solo palmario de esta singular forma de condena es el proceso, silente, casi imperceptible, de transformación, adaptación o subordinación del joven protagonista ante la avalancha de rezos que no puede omitir, hipnotizándolo hasta un fanatismo de mayor grado al resto, lo que más interesa a Hoijman, pues su primer plano es el rostro ido e inexpresivo del preso que después nadará en agua bendita.

Este documental de estructura aristotélica deja abierta la pregunta sobre las conveniencias de esta actitud y pensamiento, dejando más en claro que el contexto hace a la persona, moldeándola a gusto, más cuando ese contexto se impone como único.

Si bien Unidad 25 gasta película, o sea se dilata y cansa por momentos, principalmente por la constante repetición de “musicales” estridentes con nulo talento, logra convencer por su efectiva audacia para contar una historia con material cotidiano, de intensidad y dramatismo dogmáticamente verosímil, por estar ceñido a la realidad, que impredecible posibilita y acepta cualquier giro de tuerca sin pecar de efectista.

¿Quién dice que entre peruanos no nos estrechamos las manos? Las salas llenas para las funciones de las películas peruanas en competencia dicen que somos solidarios, más que todo en la desgracia.

El Acuarelista, del rebautizado Daniel Ró, es una obra celosamente cuidada en lo técnico, con escenografía y vestuario elegante de los ’70 y fotografía de tonalidad cálida donde preponderan el marrón, el celeste y el gris, señalando sobriedad y templanza en la escena. Cabe rescatar, además, el acertado casting, que Miguel Iza (T) encabeza, desempeñándose con solvencia en el papel de un estorbado artista de gesto deprimido.

El tono teatral, de expresividad y gestualidad acentuada, descarta un realismo convencional, guiñándolo más hacia la comedia “inteligente” de interpretación, donde la pronunciación de los parlamentos, de los vecinos especialmente, tienen un humor sugerido, importando más el cómo se dice que lo que se dice.

Sin embargo, todo ese montaje es una presunción que se sale de control, partiendo por el guión, que prima una voz off cuentista de un viejo que sólo narra para empalagar, abriendo y cerrando la película como testigo conmovido por los hechos que no vio. Además de añadir figurantes varios cual desfile, atosigando tanto al ingenuo señor T como al espectador, en un infantil duelo de simpatía que no gana nadie.

Se entiende la intención de ironizar la frustración de un artista que no concilia con su entorno caótico, asimismo la disimilitud de sensibilidades entre un vecino político de garaje y un pintor de brocha fina. Pero, la desesperada pesquisa por compadecer del pintor, ametrallándonos de situaciones infortunadas para él, y seudo graciosas para nosotros, con maniqueísmo de por medio, colma la tolerancia, haciéndonos sentir más lástima por Ró & Cía, por pedir aplausos con petulancia, que por a quien dirigen su mensaje lastimero.

En el epílogo se torna pesadillesco, con careos vertiginosos, falsos fuegos abrasadores y amantes salidas de la nada. Remate grosero para este híbrido fallido entre todas las posibilidades que rozó: el humor negro, la comedia romántica, el drama existencialista, el surrealismo onírico y el “colorín colorado”. Por si fuera poco, presume de poético en un desenlace abierto de guiño fantasmagórico. Denuncio a Eduardo Mendoza y a Álvaro Velarde, los guionistas, como principales responsables de esta nueva debacle.

Con pocos a mi lado, considero a La tierra, el cielo y la lluvia, de José Luis Torres Leiva, como una de las mejores del festival, pues como experiencia enajenante y meditadora encontré sólo a ella.

Este cine de contemplación, del tedio, es casi un género post moderno, que tiene a sus principales exponentes por estos lares, los soporíferos Lisandro Alonso, Carlos Reygadas, Amat Escalante y, ahora, José Luis Torres Leiva, claramente diferenciados en propósitos (premisa o argumento) y formas (fotografía y tempo), solamente compartiendo los adjetivos “lento” y “aburrido”, lo que arbitrariamente los mete en un mismo saco.

¿Acaso La tierra, el cielo y la lluvia cuenta algo? Mas bien filma y acompaña a cuatro humanos de características corrientes bajo la naturaleza magnificente que los envuelve como parte de ella. Sus hábitats se encuentran entre las ramas, al otro lado del lago o sobre el terreno allanado, fotografiándose desde ángulos abiertos con profundidad de campo extendida (gran angular), dando protagonismo a los parajes, en cuyas dimensiones filmadas radica el valor estético de la película.

Cada plano demanda la misma concentración, lo que deviene mutismo para asimilar la experiencia de sentir más que entender. Es que La tierra, el cielo y la lluvia provoca distracción con el zumbido del viento o el roce de la brisas con las hojas de los árboles, siendo más importante revisar el paisaje desde la anonadada óptica del cineasta a través de su cámara, que saber cómo les va en el trabajo, en la pelea de box o en sus dilemas sentimentales a los humanos que por ahí circundan. Por eso los filma, para el contraste soso, pero necesario.

Vemos Valdivia, en el sur chileno, desde la perspectiva no de un ecologista sino de un extrañado de la ecología, pues mancomuna la sustantividad del hombre con la mostración de un ambiente bello, pero omitido. La estupefacción de Torres Leiva por esos ambientes compensa la indiferencia de sus protagonistas hacia los mismos, como magnificando lo que un perturbado no puede percibir, aludiendo a un conflicto entre natura y homo, que él concilia con planos compuestos, en los cuales ambos son partes del mismo cuadro armonioso, en movimiento.

La tierra, el cielo y la lluvia encuentra sus debilidades por hacer trascender drama, aflorando los llantos, las preocupaciones o las pulsiones sexuales de quienes hasta cierto punto solamente andaban, alternando cadenciosamente los verdes y azules con sus pieles. Allí se encuentra la distracción equívoca, que termina por convencer y excusar a sus detractores.

Aún así, esta pieza visual y sensorial de superlativa monta sobresale por figurar sin artilugios el idilio platónico entre la tierra, el cielo y la lluvia con el hombre, las mujeres y sus pasos.

martes, 12 de agosto de 2008

FESTIVAL DE LIMA: CRÓNICA 5


Volviendo a la luz, de Delia Ackermann, es el único trabajo nacional que compite en el apartado de documentales, quizás sin mucha suerte. Este documental con fisonomía y carácter de reportaje busca conmover con testimonios de algunos judíos sobrevivientes del holocausto de la Segunda Guerra Mundial, pero que termina adormeciendo por el convencionalismo de su estructura, a pesar de durar apenas 52 minutos.

Primeros planos tras primeros planos componen este testimonial honesto, pero predecible y soso. Queda la impresión de que estuve ante un trabajo amateur de un estudiante promedio, con pocas luces, que por su falta de oficio se conforma con la inteligibilidad. Indiferente obra que aspiró a mucho (un premio en un festival) para su condición.

Una extrañeza apreciable es la brasileña Ainda orangotangos, de Gustavo Spolidoro, compuesta de un solo plano secuencia, que recoge una tarde noche variada en emociones y situaciones en Belo Horizonte. Grabada en digital y con cámara al hombro, este único plano muestra la variopinta ciudadanía del sudeste brasileño, en diferentes quehaceres y estados de ánimo. Las acciones y sus figurantes van degenerándose al pasar los minutos (entiéndase horas) hasta llegar a la oscura noche en un ambiente de irrealidad hilarante.

Esta atrevida propuesta, atractiva más por su audacia que por su discurso, es parte de una cinematografía brasileña que busca renovación e identidad actual, pues sus tiempos presentes dan para la añoranza. Aunque parezca presuntuosa y resulte a varios antipática, Ainda orangotangos es una travesura válida y perdonable en estas épocas burguesas.

Opiniones diversas y encontradas despierta una nueva entrega de la ya célebre Mantarraya Producciones, encabezada por Carlos Reygadas, hijo predilecto del Festival limeño, que ahora nos entrega Los bastardos, de Amat Escalante, una de las mejores películas del festival, y medallista en mi podio personal.

Las alusiones, calcos y homenajes en una entrega fílmica son confundidos entre ellos mismos. Por eso, con ojeriza, Escalante es denunciado de ser un seudo contemplativo, seguidor limitado de Reygadas y aspirante menor de la vileza de Haneke, confundido con morbo posero. ¿Acaso sólo Reygadas reposa en un mismo cuadro por varios segundos?, o ¿sólo Haneke puede mostrar sangre en planos abiertos y sin ningún aspaviento? Si Amat los asemeja en algunos detalles, no trascendentes para el todo, ¿lo hace un cineasta de citas y de originalidad de fotocopista? Sólo la distensión antes y durante el visionado –con el menor porcentaje de prejuicio posible- puede responder a esa pregunta con lucidez.

Los bastardos inicia con un cuadro (plano casi inmóvil de aproximadamente 2 min.) de gran profundidad en la que dos individuos desaliñados se desplazan con calma desde el fondo hacia al frente. Antes de los créditos iniciales este plano sugestiona sobre el tempo con el que se sucederán las tomas, sin prisa, como latentes y expectantes al cambio de tuerca o al zumbido reactor. Es que Los bastardos es una película más de (y para) reacciones, que de acciones, pues no pretende ceñirnos a una historia con desenlace esclarecedor de sus secuencias previas, sino que cada acto es producto de lo imprevisto, de la pulsión que se motiva y ejecuta en su misma toma.

Tácito (pero equívoco) es el motivo de los dos mexicanos, inmigrantes ilegales, por el cual abordan la casa de una disfuncional (y tradicional) familia gringa: el dinero, que siempre se quiere cuando no se tiene.

Realmente, sus presencias y estadía dentro de la residencia responden al fin de sentir el confort del hogar, dejado atrás por un futuro incierto, queriendo ser atendidos en la cena, nadar en la piscina cual suya y ver TV recostados en cómodos sillones, aunque coaccionen a la mujer/madre/esposa para ello. Esas acciones suceden sin sobresaltos ni asomo de violencia, pero los instintos responden al salvajismo, no al planeamiento. Por eso, la cabeza de la mujer estalla por un balazo directo sin haberse esbozado como posibilidad, porque tanto un chapuzón como ese homicidio son actos guiados por el antojo inmediato, y eso Escalante lo versa sin conmoción ni parafraseo.

Los bastardos se refiere a la naturaleza y motivación de las (re)acciones, desobedientes a todo guión o plan de vida, que se hacen con dos segundos de antesala o menos. No hace énfasis en el trabajo, la cena, la discusión o el homicidio, pues son todas posibilidades que tenemos como hombres, que sin distinción moral o ética nos demandan el mismo esfuerzo. Amat Escalante es más que un buen cineasta, porque Los bastardos es más que una buena película.

lunes, 11 de agosto de 2008

FESTIVAL DE LIMA: CRÓNICA 4


La obsesión por la alteridad, o la de no querer ser uno mismo es la materia para este interesante segundo largo de Pablo Larraín, Tony Manero: nombre del antológico personaje que Travolta hiciera ícono de una generación en Saturday's night fever, del cual explota su absurdo como ejemplo fascinante para un fan ya arrugado y canoso: Raúl, un quincuagenario solitario y deprimente.

Este Tony Manero chileno es un patético bosquejo de una época de gomina y estilo amanerado, paralela a la infame dictadura de Pinochet, que por todos los medios –delictivos y avivados- intenta colocarse la medalla de la mejor imitación de un saltimbanqui foráneo.

Lo que importa no es la imagen que se quiere calcar sino la sicopatía detectada en las motivaciones de Raúl para con su fin. Sus pocas palabras y miradas atentas de reojo despiertan suspicacias e intriga latente –enfatizado con los primeros planos a sus gesticulaciones ansiosas-, que devienen asesinatos indiscriminados a quienes tienen apenas un vínculo facilitador para su meta, resueltos con factor sorpresa, en tiempo y lugar, que por repetición se pierden y prevén.
Unos ladrillos de vidrio (para bailar sobre ellos), una TV (para ver el programa concurso) y un título sin importancia (para señalar al Tony Manero mapocho), son suficientes motivos como para mancharse las manos sin un atisbo de remordimiento.

Lo mejor de esta entrega chilena es su seriedad para ridiculizar a su lóbrego protagonista sin parecer chabacano y libertino. Raúl baila para intentar cautivar por el talento que no tiene, empero, más bien, como simio de circo, es parte de un espectáculo bufonesco que recibe aplausos jocosos de las graderías.

Tony Manero entrega sus minutos a seguir los pasos de este Raúl insano, hosco y ridículo, que convierte en víctimas a los infortunados poseedores de lo que es de su antojo momentáneo, lo que lo hace impredecible y amedrentador.

Siniestro retrato del emulador de otro digno de la sátira, ironía y señalamiento como es el bailarín seductor que Travolta otrora fue.

La zona es la ópera prima del aún novato Rodrigo Plá, en la que divide a una comunidad entre paupérrimos/violentos y adinerados/seudo pacatos. Preguntémonos: ¿qué sucedería si la muralla que divide ambos campos es agrietada, permitiendo una conexión? La armonía del pudiente sería amenazada por la ferocidad del pobre delincuente, que puede invadir su calmo ambiente para quebrar la concordia. El prejuicio se dirige hacia esa respuesta como primera impresión. Pero, ¿quebrar la armonía no es acaso violar las costumbres ajenas? Entonces, los “delincuentes” también ven amenazada su rutinay espacio con esa abertura como libre vía de acceso. Ambos sectores sienten pasos de invasión.

La irrupción en hábitats impropios impulsa a ejecutar castigos -seas un poderoso accionista o un lustrabotas de plaza-, lo que justifica respuestas y acciones contrarias (generalmente agresivas) pro mantener el orden antes establecido. La unanimidad, el mutuo acuerdo o la decisión socialmente correcta son cuestionados por Plá, pues son armas grupales que no manchan manos, sino las lavan.

La zona tuvo una interesante premisa por tratar un tema ético/moral y complejo que alude a todos como animales sociales. Lástima que en lugar de denunciar y plantear, se incline por la redención a cargo de la sangre joven, quienes como flamantes ciudadanos deberán llevar la bandera de la paz y democracia (sic).
Cierto tufo elitista se respira en esta cinta de rebeldía a la autoridad, señalada de incompetente y corrupta por los residentes de billetera gruesa, creedores de que su posición social los vuelve víctimas del babel del que aportan con su propia y exclusiva moneda.

Uno de los documentales favoritos de la competencia es la colombiana Un tigre de papel, de Luis Ospina, adjetivado como falso documental, o mockumentary, por los entusiastas o sorprendidos críticos que han podido no verla sino disfrutarla.

Ejemplos como este enseñan a tener paciencia frente a un écran, pues tras sus insufribles 20 minutos iniciales, donde prima el material de archivo y aclaraciones del contexto, que aportan al bostezo desinhibido, este levanta cual espuma de detergente para mostrarse ágil, revelador e hilarante. Un tigre de papel basa su tema en la biografía contada oralmente del artista colombiano, pionero del collage, Pedro Manrique Figueroa, por sus amigos, conocidos y ocasionales ocurrentes.

Definir con un solo apelativo (mockumentary) a esta obra de importante valor es despreciar sus aspectos y testimonios verdaderos, que los hay y en probable mayoría, además de subrayarla como un testimonio de disparates.

Un tigre de papel convence porque hasta para los entendidos algunos comentarios serios se disfrazan de mentiras como algunas verdades, por inverosímiles, resultan cuestionables. Entonces, la diferenciación o manipulación de los hechos hasta volverlos confusos es su principal atractivo, pues nos expone en un estado de inocente ignorancia, en el cual obedecemos a las palabras de los figurantes como a las imágenes que Ospina nos antepone casi con fe, aunque en ciertos ratos la falsedad es evidente, obviamente adrede para desorientar, sugiriendo un contraste entre verdad, mentira, simulada verdad y aparente mentira.

domingo, 10 de agosto de 2008

FESTIVAL DE LIMA. CRÓNICA 3


En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guerín, es una declamación al amor esquivo, al amor platónico de voyeur romántico, que entrega sus días a la contemplación de la beldad y a la concreción sentimental de sus pulsiones con sólo miradas. Sylvia es el nombre de la belleza a la que este joven – en bohemia y vagabundeo- busca dar cuerpo. Principalmente en las escenas primeras, donde los protagonistas son los primeros planos a las lindas mujeres “postulantes a Sylvia”, cuyas facciones se acarician a un ritmo seductor con sonata de melodioso violín, desde una perspectiva estupefacta del observador artista, de mirada diáfana y provocadora. Esa secuencia, la mejor del filme, sugiere las motivaciones del chico, quien andará a pie y tras su Sylvia preferida por varias calles y pasajes en un largo trayecto de misticismo enajenante, pues de espaldas ambos nos sumergen a un episodio onírico, donde la poca distancia entre los dos parece la distancia infinita entre el deseo y la realidad.

Cuando se rompe esa poesía del seguimiento, o sea cuando ella cae en cuenta del asedio, la película “habla” lo que nunca debió hablar. Las aclaraciones del error y la conversación (o intercambio de palabras) entre los fantasmas que parecieron ser toca piel y pisa pavimento. Los dos caminantes devienen personajes de ficción, con parlamentos y acciones preconcebidas que no parecían llevar a cabo. Entonces, se quiebra el encanto, se pierde el verso de la admiración e intuición al amor, pues se habla de hechos comunes, de situaciones bochornosas, de personas que sí existen, de saludos y despedidas. El idilio no recupera nuevamente su condición fantasmagórica que tanto conmovió. En la ciudad de Sylvia pasará a la historia por esa pareja de penantes que no debieron mirarse a los ojos.

Otra gran película es Leonera, de Pablo Trapero, acaso de las mejores en toda la competencia.

¿Cuándo una mujer es madre y viceversa? Julia, recluta por asesinato, goza de los favores que le permite la presencia de su hijo en prisión. Ella usufructúa la dependencia del niño, lo que le permite permanecer en la sección de guardería, que es una zona cómoda y segura dentro del mismo presidio. El bebé es su “amparo”, que sólo tendrá “vigencia” por cuatro años, cuando después este deba emigrar a la libertad. Su dependencia al niño como salvaguardia deviene amor de madre en apariencias convincentes. ¿Cómo saberlo? Lágrimas y arrebatos no responden, pues apoyan ambas alternativas. En esa interrogante radica la ambigüedad y trascendencia de Leonera, que -además de ágil y muy entretenida- es dadora de preguntas sobre el verdadero concepto del amor o subordinación.

Cuando el niño es separado de Julia inicia para ella su verdadera penitencia tras las celdas. Entonces, su salida inmediata se vuelve la meta, que cual adicta intenta con pataletas incontrolables. ¿Importa ya el desenlace? Si consigue unirse nuevamente con su hijo o si se asfixia sola en la ansiedad y frustración, ¿cambia el discurso? Por si fuera poco, ese final –del que no guardaba expectativas- es una hazaña, lograda con intrepidez, dedicada para los que siguieron una historia dentro de este conflicto de introspección. No sólo no defrauda sino que aporta a la “digestión” de la película, que llega a un puerto como figuradamente llegan madre e hijo tras escapar de propios y extraños. Leonera es un cuestionario que no se resuelve, asimismo una cautivadora historia pródiga en elementos del mejor cine de entretenimiento.

También han pasado ya, con mucha más pena que olvido, Perro sin dueño, de Beto Brant y Renato Ciasca, diario de un patético deprimido que sólo sabe amar entre lágrimas; Satanás, de Andrés Baiz, manido relato de violencia con historias paralelas que confluyen, esta vez para no aportar nada sino disgusto por su efectismo trágico. Gonzáles Iñarritu sigue influyendo, lamentablemente. Y Mutum, de Sandra Kogut, que sigue en una zona rural a un sufriente niño sumido en las desgracia, hasta que un visitante de ciudad –aquí capitalino- lo “rescata” de esas carencias materiales y morales. Pocas veces vi a un personaje tan maltratado por su propio guión. En fin, es algo del concolón de este festival.

FESTIVAL DE LIMA. CRÓNICA 2


¿Te acuerdas de Lake Tahoe? Probablemente dentro de poco la olvide. Interesa cuando al inicio su parquedad parece responder a un fin jarmuschiano, con esos fades que empalman algunas tomas, la óptica de plano conjunto que integra al personaje con el ambiente, visto desde mediana distancia para encuadrar su soledad y divagación, y la puesta en escena con cámara fija traen a mi memoria a Stranger than paradise. Más por su lenguaje que por su lengua. En esa primera parte, Juan, tras su accidente, parece un extraño vagabundo en su propio pueblo, al andar timorato y arrastrando los pies cual turista perdido. Esas escenas se logran porque existe la incertidumbre sobre los motivos de Juan, pues su semblante cabizbajo intriga e invita a seguir su paso lento. Al rato nos enteramos que está de luto por su padre, motivo de su melancolía. A partir de eso, conocidas ya sus (des)motivaciones, la película no atina a salir de lo predecible, sabemos que cada gesto, llanto o arrebato es producto de su congoja, lo que la hace meliflua y progresivamente lamentable al pasar los minutos, más aún con el encuentro con su familia desquebrajada por la misma razón. La contemplación e introspección sugerida en el inicio se desdibuja a un melodrama lacónico con poco gesto, pero con un clima cargado de potenciales lágrimas y abrazos empalagosos. Fernando Eimbcke amaga saber sugerir, pero ni él mismo se tiene esa confianza.

Expectativas habían para el “filme oficial” de los (16) sobrevivientes del otrora equipo de rugby uruguayo, que padecieron a la intemperie por 72 días en los andes chilenos: Vengo de un avión que cayó en las montañas, de Gonzalo Arijón. Sus más de dos horas de duración recopilan valioso material de archivo, fotografías y testimonios de primera mano de los mismos protagonistas -los que en su totalidad prestaron declaraciones- hilvanados correcta y distraídamente por el director para no volver tediosa su versión. Las mismas víctimas narran los aconteceres de su desgracia según sus vivos recuerdos, perdurados tras tantos años pasados, ordenando “el diario” y los momentos claves con sorprendente exactitud y unanimidad de las partes. El principal valor de esta cinta es su condición de documento testimonial fehaciente, y perdurable, de esa historia trágica y motivadora (para muchos), con visos religiosos, que alude a la fe y a la pujanza como causantes del “milagro”. El Alive, de Frank Marshall, - explotada años atrás en la programación de canal 2- quedará como la inexacta ficción de los mismos hechos que por fin pudo dejarse atrás.

Aki Kaurismaki es un ícono de su tierra, la lejana Finlandia, asimismo un retratista de sus calles tristes, espacios solitarios, vagabundos violentos y silenciosos desadaptados en el largo de su obra. Su última entrega Luces al atardecer, depurada muestra de austeridad, recoge a un subempleado con sueños de grandeza, Koistinen (Janne Hyytiäinen) un ser marginal, que tan sólo es un servidor nocturno de seguridad a cargo de una joyería. Es el retrato mismo de la incompetencia. Sus anhelos de superación son balbuceados con la convicción que tiene un cojo para correr, pues su vida esta plagada de deprimentes episodios de humillación, que son llevados sin sobresaltos por costumbre a ellos.

Kaurismaki hace triunfador al timador sin escrúpulos e ironiza y sacrifica al mentecato Koistinen, perdedor declarado. ¿Acaso no siente compasión por su débil creación y/o ejemplo? Es que el contexto, el mismo entorno –un Helsinki frío, poco fraterno-, aplasta cual gusano al modesto y al débil como víctimas de sus propias carencias. No perdona las limitaciones sino usufructúa las ajenas para sí, como forma despiadada de cosechar.

El humor se deja de lado por pasajes lastimeros y patéticos, que desnudan a Koistinen como un sabedor de nada, un errático ciudadano que postula al éxito y al amor por el camino del fallo. Acaso una encarnación de anhelos a disposición de la perversión, quien le dará forma y motivo. Luces al atardecer, en su laconismo, envuelve y convence porque no enfatiza en la desgracia sino la muestra pausada, exenta de presunción, como consecuencia invariable de los acontecimientos.

viernes, 8 de agosto de 2008

FESTIVAL DE LIMA: CRÓNICA 1


El Festival de Lima se presenta año a año –hace doce inviernos ya- como el evento cultural del año, el más mediático y trascendente. Por eso, a pecho inflado y mentón elevado, sus organizadores lo anotan así en cada intervención que se les concede, sin un ápice de duda y con mucho orgullo de padre. Pero, las largas y entusiastas colas que ví en las sedes de Cineplanet respondían por motivo a la tercera entrega de La Momia, Wall E o Sex & the city. ¿Acaso el festival no ha tenido repercusión en las zonas pudientes de Lima -público objetivo del festival-?, o ¿estos han hecho caso omiso del mismo por varios motivos? Precios elevados, películas poco atractivas y horarios incómodos se esbozan como respuestas. Entendible lo de los precios, mas no las otras dos opciones, pues esta duodécima edición presenta una cantidad superior de títulos de interés que la pasada, en la que Luz silenciosa se llevó todas las luces y con mucho ruido. Asimismo los horarios se acomodan en la tarde y noche, después del trabajo y/o estudios.

Me pongo en el caso del estudiante dependiente –que soy-: ¿tendría para pagar, en el peor de los casos, una entrada de S/. 12.50 para ver una sola película de las tantas programadas? Muy probablemente ese estudiante asista a máximo 3 funciones gracias a las propinas o al guardadito del mes. En cambio, si la entrada para estudiantes valieran S/.8, o menos -¿por qué no?-, ¿estaría tal estudiante dispuesto a pagar algunos tickets de más a cambio de una mayor cobertura de la programación? Seguramente su entusiasmo sea mayor, lo que se verá reflejado en las boleterías del Centro Cultural PUCP en busca de más películas para ver. Taquilla, señores.

Es un despropósito elevar el precio de las entradas. Las pruebas –cálculo visual mío- anotan que las butacas se distribuyen entre 20% prensa (gratis), 50% pagantes y 30% butacas libres por sala en Cineplanet. Entonces, si el festival en verdad quiere ser un éxito en taquilla y calidad, debería pensar más en los que pueden lograr ese objetivo: su olvidado público, asaltado con permiso.

Pero bueno, hecho el alegato, me dispongo al encargo.

El Festival de Lima significa -para mí- “el evento de entretenimiento del año”, pues mi cinefilia radica en el divertimento, en el descubrimiento de idiosincrasias diversas a través de la pantalla, en gozar de viajes remotos e irrealizables en el presente y futuro. Por ende, no busco engordar mi bagaje ni ascender en intelectualidad porque vea 4 filmes de culto por día o porque escriba impresiones desde una ventana pública, sino la pesquisa se centra en amenizar mis días sentándome en una butaca o presionando play en el DVD para ver lo que no puedo hacer. Escribir –para mí- un comentario o una crónica es sólo rescatar la experiencia de gozar o sufrir con una película, es volcar mis ánimos a las letras y esas letras a las ideas. Es dejar indeleble la vivencia.

El festival rescata al maratónico que llevo dentro, el que quema pestañas en oscuras salas. Por eso me gustan estos días ociosos, arrancados con Desierto adentro, de Rodrigo Plá, que fue la que inició mi ruta.

La expiación tiene el proceso del dolor, en el que se sufre un camino pedregoso a cambio de la redención. Los actos más atroces requieren de un sacrificio equivalente a la falta, parece alegar el mexicano antes de develar sus verdaderas intenciones. Paranoia e insania deforman a Elías (Mario Zaragoza) en busca del perdón, quien autoexiliado con sus hijos en medio de un árido ambiente construye un templo con piedras de la zona y mano de obra empírica. El motor de su apego a la obra es el remordimiento por la responsabilidad de la casi aniquilación de su pueblo natal en plena Guerra Cristera, en la que los sacerdotes eran cazados con la mayor fiereza, por ser quien expuso al clero local ante las fuerzas militares. Elías, como presunta parte de pago para el perdón divino, ve morir uno a uno a sus hijos tras pasar los años en la soledad del desierto, lo que deviene histeria y corrupción de sus deseos. La “señal” divina que esperaba como culminación de su sufrimiento tenía la forma de la negación, de lo inexistente, pues el masoquismo o costumbre mártir cegaban su búsqueda hacia su propia perdición. Sus hijos involucionan de acompañantes y caritativos con la voluntad de su progenitor a víctimas de las eventualidades e histeria del mismo.


Desierto adentro muestra la degradación del hombre y sus consecuencias cuando se prepondera el castigo y el latigazo introspectivo. Su alargamiento telenovelesco y desenlace más melodramático que trágico -aunque se quiso lo contrario- hacen olvidar algunos pasajes logrados dedicados a la penitencia de Elías, cuando contaminaba a su familia de rencor hacia él mismo, en vez de las poco atinadas secuencias sobre la perspectiva exterior del conflicto, la de los hijos. La cinta se acomoda al lado joven e inocente, la del aprendizaje con el padecimiento, siendo la perspectiva del hijo menor, Aureliano, la narradora principal, lo que la hace poco atrevida y muy ingenua.

Mucho se oye, lee y habla del cine rumano actual, pero poco se ve. Afortunadamente, 12:08 Al este de Bucarest, de Corneliu Porumboiu, se dio una vuelta por Lima en un efímero paso de una sola función. ¿Cómo desaprovecharla?

Sin ningún dato previo (sinopsis, premios, comentarios), mas sí las expectativas al cien por cien, ingresé a la pequeña pero privilegiada sala en el Óvalo Gutierrez, donde las risas sonorizaron el ambiente gran parte de la proyección. La hilaridad, algunas veces absurda y ridícula, de esta obra me sorprendió gratamente. No estaba en mis planes reír esa noche. El contexto es la Rumania actual, en un pueblo no lejano de Bucarest, donde se conmemorarán los 16 años de la caída de la dictadura de Ceaucescu en un programa de TV, en el cual dos viejos ciudadanos son presentados como activistas contra la dictadura. En ese mismo diálogo, conocidos suyos desmienten su tufillo heroico a la vez que son denunciados de inútiles.

A todo esto, ¿qué tanto tuvieron que ver los ciudadanos con la caída de la dictadura?, como pregunta general. ¿Fueron sólo espectadores beneficiados del fin de un ciclo? Se enfatiza en la desmitificación de un pueblo revolucionario, hinchado de gloria por acontecimientos que no provocaron ni indirectamente. Por eso la burla. En los primeros minutos, en la previa del programa, se muestran las vidas cotidianas y mediocres de los después panelistas: un profesor alcohólico y un solitario viejo otrora Papá Noel de feria, asimismo el conductor del show aflora similitudes de ser de poca monta como sus invitados. Cuando confluyen los tres personajes antes del encuentro televisivo se da inicio a la comedia desaforada, antes contenida por pasajes rutinarios y presentadores.

La secuencia en el set televisivo es la esencia del film, en la cual los objetivos se plantean y cumplen a cabalidad: la sátira a la gloria prestada. Los primeros planos son de gran acierto, pues la expresividad deprimente de los participantes contradice sus declaraciones sin necesidad de esfuerzo para detectarlo; entonces, no es necesario ahondar en esclarecimientos, pues el ambiente caricaturesco vuelve lúdica e irrisoria la imagen de los tres en escena, que más parece un noticiario de Plaza Sésamo. 12:08 Al este de Bucarest se burla del rumano de a pie que grita la revolución como obra de su propia voz, ahoga el triunfalismo sinvergüenza de los acomedidos y retrata la provincia rumana como análoga a las épocas comunistas: vacía, gris y pobre. El cambio está en la actitud y humor desfachatado del libre presente.

Eran las 22.30, pero siempre me doy tiempo para alguna más, y si esta es argentina (y nueva) mucho mejor. La sangre brota, de Pablo Fendrik, es irregular pero inquietante y oscura como pocas en la competencia. Inicia nublada, ininteligible, con figurantes varios que no encajan entre sí, ni tampoco sus actos sugieren mucho. Pero como ya se ha visto en innumerables ocasiones, estos encuentran relación y configuran la trama, que se centra en la desfiguración del semblante tras una situación límite, obligando a las siniestras pulsiones a aflorar. Los primeros minutos gustan más por ser enigmáticos, de carácter siniestro con potencial de historia oscura, de sugerencias, de señas más que formas. Luego se torna menos sugerente, más figurativa y clara en su exposición, enfatizado con parlamentos que pretenden no dejar ni medio cabo suelto, aunque resulte atractivo por la naturalidad de los mismos. Su virtud mayor está en la elaboración de personajes, todos conflictivos, que vuelven atractivas las secuencias dialogadas, con mucho careo, con preguntas de respuestas efusivas, francas y risibles sin más. Decae cuando ya los personajes están definidos y actúan en sus perfiles con mayor previsibilidad, hasta se aburguesan en su aspecto sombrío.

La sangre brota es pródigo en personajes perturbados que evaden sus bajas pulsiones con minutos y horas de rutina y servilismo, que encuentran su explosión casi simultáneamente al notar inútil sus máscaras de piel, las cuales no los ayudan a resolver sus problemas inmediatos. El salvajismo del hombre no vacila en asomar cuando la posición de este es extrema, como al golpear a su propio hijo hasta secar el sudor o lastimarse los nudillos, o morder con rabia los labios del otro cuando sientes que su beso no satisface nada en ti. La sangre brota porque así lo provocamos en desesperación. Su final es vago, incierto, pero se puede entender que Fendrik quiere mostrar a la luz la bestia magullada después de su salvaje catarsis o despojo de piel. La sangre brota anda por suburbios, acorde a sus pervertidos protagonistas.

viernes, 1 de agosto de 2008

FESTIVAL DE LIMA: PARA NO PERDER PLATA Y TIEMPO

Si tienes el bolsillo con hueco, asimismo no quieres renunciar a gozar del Festival de Lima: no te preocupes. Al parecer -por lo que voy descubriendo mañana tras mañana- con sólo 7 boletos para las (películas) de competencia, como máximo, entre ficción y documental, puedes darte por bien servido del festival. Y digo esto porque las funciones de prensa matutinas no hacen más que confirmar que el elevado número de 22 cintas en la categoría de ficción tiene como objeto saludar a las banderas de los países participantes y/o brindar compañía a la hegemónica argentina, más que hacer variada la competencia. Cada sesión que concluye sirve para descartar títulos del palmarés, así también para recomendar los mismos a conocidos y entusiastas a que no depositen sus peniques en la boletería CCPUCP por decepciones a cambio. "Esta no veas" (bis) será el estribillo más oído en el marco del festival.

Si la Competencia, que es la esencia de un festival, deja mucho que desear, especialmente la sección Ficción, por la aglomeración de títulos de nivel promedio -o menor- hecho con criterio taquillero; ¿qué se puede esperar de las muestras paralelas? Mayor descuido, por supuesto. Sólo el bloque "Presentaciones Imprescindibles" mostrará cintas estimables de diversas partes del mundo, cintas que igualmente tendrán estreno comercial en los próximos meses en Lima. ¿Entonces? Tan sólo el Festival adelantó su llegada, mas no posibilitó su arribo. ¿Es ese un gran mérito y esfuerzo? Los casos de exclusividad sólo se darán con 12:08 Al Este de Bucarest, de Corneliu Porumboiu, Flandres, de Bruno Dumont y En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guerín, por considerarse de entrada como "poco digeribles" por el público de a pie; por ende, sus presencias en la programación estás dedicadas al cinéfilo medianamente exigente. Bien por eso.

A propósito de las muestras alternativas más quedan sólo reclamos: la retrospectiva de Favio, casi moribundo, será de sólo 4 largos; el país invitado, Alemania, no produce material atractivo - ya se pudieron ver algunas que marcan la pauta de su actualidad cinematográfica poco auspiciosa-; "Secretos, tesoros, querubines y mermeladas de Latinoamérica" (algo por ahí), otro bloque alternativo, es un listado de filmes latinoamericanos que quedaron fuera de competencia por motivos de calidad. Imagínense. Y, por último, la muestra de Mantarraya Producciones, encabezado por el ya famoso Reygadas, que promete algo, así esté en digital.

No menciono películas recomendadas porque ya están diseminadas por toda la blogsfera. Aquí algunos links:



Sí, son listas largas. Si tienen poco dinero aconsejo -con la mano en el pecho- ir para las gauchas; siendo arbitrario y arriesgando su confianza para conmigo. En todo caso, dense una vuelta por los multicines que Batman, Wall-E y Carrie Bradshaw y Cía los están esperando con los brazos abiertos.