viernes, 25 de abril de 2008

JAPÓN (2002)

de Carlos Reygadas

JAPÓN: ¿DE QUÉ Y A DÓNDE VAS?
De la congestión urbana, el tráfico de sus carreteras, sus edificaciones conglomeradas y su caótico ambiente; al distante retiro rural, calmo y enajenante, sin ruidos indeseados ni cemento por doquier. Esa transición, física y espiritual, tácita en la película, la efectúa un lisiado quincuagenario de expresión única y hastiada con el objeto de morir (o matarse) en dicho retiro. Así se presenta Japón, ópera prima del mexicano Carlos Reygadas, que arrojó como saldo en el momento de su estreno a un autor prometedor por su atrevida propuesta de política naturalista y por su esteticismo refinado, muchas veces molesto por pretencioso, tanto en lo visual como en lo sonoro.

Heredero de Tarkovski (principalmente en la contemplación de la naturaleza), y de Bresson (no-actores profesionales), Reygadas intenta ser personal en cada proyecto suyo, aunque sus detractores lo acusen de un simple lucrativo de la virtud ajena. Su deuda a ellos es grande, sí, pero el mexicano sabe usufructuar la enseñanza de sus maestros para amoldarlos a su propia visión del mundo. Que ellos le hayan enseñado a comer no indica que le hayan acuñado sus preferencias culinarias, por así decirlo.


Un hombre, el Hombre, llega a la campiña por motivos depresivos, el clásico ejemplo de la desilusión del mundo exterior que brinda más desdichas que regocijo, situación personal que se da a entender así en la explicación parcial y única de su problema ante la anciana que lo acoge, la solitaria Ascensión. Al presenciar en su poco tiempo de huésped la precariedad material y autosuficiencia conmovedora de Ascensión, la problemática existencial del Hombre queda disminuida y disuelta ante un ejemplo mayor de arraigo a la vida. Los problemas que hayan conducido al Hombre a su decisión suicida no se exponen, pero se sobreentienden menores a los que sufre sin querellas la anciana.

EL PUNTO DE INFLEXIÓN Y EL QUE PUDO SERLO
Una escena decisiva que marca el punto medio de la película es la de la desistencia del protagonista de sus intenciones primarias en una toma grandilocuente (travelín aéreo circular que centra al arrepentido hombre en la imagen junto a un caballo muerto alrededor de un impresionante paisaje natural, como composición de un escenario celebrante de la vida), en la que crea al instante un nuevo misterio sobre sus nuevas motivaciones para seguir con vida. En eso se basará la "segunda parte", que se inicia en la toma siguiente al fundido (fade) en blanco.

¿Es que la vida rural dista tanto de la urbana? ¿Las problemáticas que nos agobian al ritmo de los sonidos del claxon y por pesar de las deudas de servicios no importan en el campo? ¿Un desilusionado de la vida urbana, encuentra enmienda en las aparatadas zonas campestres? No es tan rígido como eso, pero sí alude a las condiciones distintas de dos realidades diferentes, condicionadas por el contexto. El Hombre, que empieza a entender las nuevas condiciones de su vida expresa un sincero deseo carnal hacia la anciana motivadora de su segunda oportunidad, la escena (de la "primera parte") en la que contempla y manosea su revólver y al instante se masturba placenteramente, sugiere la opción que a la postre elegirá: la preferencia a las pasiones aún desconocidas.


Otra escena trascendental es la del sexo, marcada por dos actitudes opuestas por los protagonistas. El Hombre, quien aspira al placer y disfrute con la piel arrugada y caída de la anciana, le indica a la misma las posiciones eróticas a ejecutarse para una óptima sesión sexual, a lo que ella obedece sin cuestionamiento alguno. La Ascensión de la "primera parte" se desdibuja en la "segunda", su imagen de encaradora valiente a un destino que no la ha favorecido en vida se revela como abnegación y sumisión a las eventualidades que termina sufriendo. Así lo esclarecen las escenas continuas del sexo y la del derrumbe de su casa, a la cual no opone mínima resistencia, sino al contrario sirve a sus malhechores como huéspedes de privilegio. La charla entre ambos, aludida líneas arriba, en la cual el Hombre hace su "planteamiento" (sexual) a la solitaria vieja es importante para la aclaración de las condiciones existenciales de ambos protagonistas. En tal charla, el Hombre confiesa que lo más difícil de su alejamiento de la ciudad fue dejar atrás sus costumbres, echar lo que no hace falta, a lo que la mujer responde con asentaciones de dicha aclaración. Ella lo sabe, pero no ejecuta ese desprendimiento, pues no proyecta un camino alterno al que ha seguido de por vida, el de ver el sol y la luna desde su choza en la barranca sin desvaríos. A todo esto, queda una impresión ambivalente de esta situación, porque con certidumbre no se puede aclarar si es que la desidia y resignación al destino perverso es lo que tienta al Hombre a postergar su disparo suicida, pues él envidiaría esa actitud desprendida de la anciana.

Japón es una historia generadora de cuestionamientos, que no ameritaba un desenlace tan trágico e innecesario según las pretensiones entendidas durante el largo, el efectismo siempre presente en la obra de Reygadas hace una de sus apariciones más disonantes, pero a la vez de celebradas por una gran mayoría por su innegable potencia y virtuosismo visual, aunque enfático y cargante en la pieza musical que la acompaña. Un travelín en forma de espiral que se desliza por el carril de la catástrofe, mostrando casi rítmicamente los destrozos del accidente del camión que portaba las piedras de la casa de Ascensión, quien también es víctima y mostrada sin vida en primer plano, un exceso. La cámara señala a la desgracia como parte natural del paraje que lo acoge en tomas compuestas con ampulosidad y cursilería, señalando que la hermosura y la fatalidad conviven en un mismo cuadro. La historia no iba de eso, pero el alegato ya está hecho.



HAZ BONITA LA FOTO
Los créditos "culpan" a Diego Martínez Vignatti como encargado de la fotografía y cámara, pero Reygadas es el responsable principal a quien los dedos señalan y acusan a priori. Su tratado está bien por un lado pero deficiente por el otro. El calculado perfeccionismo y preciosismo visual de Japón no es un criterio totalmente favorable para una lectura final, lo que resulta paradójico pues es sin duda su característica más elocuente. Lo que fatiga del aspecto fotográfico es la pretensión de embellecer el más mínimo aspecto figurante, la cámara se acomoda para que cada gesticulación abatida del Hombre sea decorada con un paisaje verdoso y nubes voluminosas como fondo, o que el movimiento incesante y repetitivo de un travelín de 360° como vista subjetiva del protagonista pretenda connotar una relación estrecha entre él y el ambiente natural, caso mejor entendible que el primero retórico. Es por ese tufillo vanidoso, retratador de campos, que algunos reconocen aspectos documentales en esta película, lo que resulta totalmente desviado de su fin íntegramente ficcional. No se encuentra siquiera una sola toma ajena a este cometido presumido, más notorio en exteriores. En sí, se valora la virtud de componer un bello encuadre para rescatar varios elementos resaltantes en un sólo ambiente, pero parece que la afición fotográfica de catálogo de Martínez Vignatti termina imponiéndose para recargar cada imagen filmada. Su innegable talento no se adscribe al cine sino a la captación de paisajes.

Ni que decir de las piezas sinfónicas que enfatizan las emociones queridas para el relato, su intensidad en primer plano sonoro nos indica la situación emocional del Hombre, siempre deprimido y penitente. Sólo basta ver su rostro para entender su desapego al festejo y a la vivacidad. Este recurso también aflora en la mentada toma final, en el cual da el compás para los movimientos de la cámara mientras su volumen se intensifica al correr los segundos.

JAPÓN SÍ ES UN BUEN COMIENZO
A pesar de que la vanidad de Reygadas es insolente, logra sacar adelante a la película, de propuesta sumamente personal y compleja -que intentó ser análoga con su aspecto visual-, por la humildad con que profundiza en sus personajes y en la historia de trascendencia, con espontaneidad precisa y consecuente logra retratar la inocencia cautivadora en las interpretaciones no-profesionales de los figurantes, que dejan claro la rústica y naturalidad de un relato centrado en los berrinches existenciales. "Me gusta el ser humano en sí", dice Reygadas, por eso, egoísta, los captura en imágenes donde representan lo que no son sino lo que quiere que sean.



Japón era el lugar a donde los antiguos europeos se dirigían para descubrir un nuevo mundo, pródigo en exuberancias y exotismos culturalmente distantes a los occidental, el recreo idóneo ante la monotonía invariable. En cambio el Japón de Reygadas, similar al histórico, es un lugar inexplorado y guardador de sensaciones cambiadoras hasta para el más escéptico y desilusionado mortal con pretensiones suicidas, como el caso del Hombre, que le dio el beneficio de la duda a ese Japón, aislado en un caserío cerca a una barranca, al dirigirse hacia este con una mochila, con marihuana, libros y música a cuestas. Japón es una agradable pera agridulce con cáscara escarchada a pelar.

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