Mercedes Sampietro (Violeta), Iván Carreira (Samuel), Susana Tejera ( Alicia), José Ángel Egido (Don Ramón)
La edad de la peseta es una coproducción entre Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, Mediapro, de España, y Alter Producciones, de Venezuela. Esta unión de fuerzas me trae a la inmediatez tormentosas reminiscencias por el desafortunado caso de La mujer de mi hermano (esperpento 'multipátrida', aparentemente mexicano, convocador de un seudo dream team latino-actoral, pellizcando faces carismáticas de distintos países de nuestra región con el descarado objetivo de vender su 'comercial de shampoo' hasta donde su insípido chicle se pueda estirar), la cual, lamentablemente, comparte características negativas con la ópera prima de Giroud, como la aparición injustificada de Mercedes Sampietro. Nadie pone en cuestión su indudable talento, pero como madre de una mujer cubana y abuela de un niño cubano también ¿No sería geográficamente 'correcto' que esta señora fuera también cubana? ¿No hay buenas actrices maduras en la isla tropical? O, ¿es que una vez más los productores quieren revivir su época dorada, donde ellos daban la última palabra? Señores aprendan a respetar la historia y saber que todo tiene, y tuvo, su tiempo.
¿Por qué es tan denunciado este método de realización? Sin duda es plausible el apoyo económico brindado las productoras, además que grandes obras han sido producto de estas alianzas como es el caso de Caché, de Michael Haneke, pero cuando el arrogante poder de los poseedores del dinero se insmiscuyen en el proceso creativo se formulan bodrios como el anteriormente mecionado La mujer de mi hermano, opacando así las bondades que tantas veces han proporcionado estos acuerdos internacionales. Es cierto que en cualquier circunstancia se realizan películas prescindibles y nefastas, pero la insuflación de rostros y voces extranjeros(as) descontextualizados(as) del relato contado, como -ismos y dejos disonantes y confusos, más algunas apariciones gratuitas de gente internacionalmente reconocible son estigmas inherentes en este tipo de (co)productos. Por eso, la flagrante e insultante manipulación de las masas expectantes es una deshonestidad tal que desciende el nivel del producto (el film) a ínfimo, pues sus características vergonzosamente calculadoras son dignas de repudio general... Sí señores, el cine es también un negocio lucrativo, pero hay formas más dignas de vender un producto que morboseando, titiriteando o repitiendo las palabras mágicas (fórmulas) hasta el hartazgo. Sé que no son artistas señores productores, pues entonces no se metan en el arte.
Volviendo al motivo del artículo... el debut en el largo de Pavel Giroud se sitúa en la Cuba pre-revolucionaria de 1958, cuando Alicia, tras su último fracaso amoroso, y su hijo Samuel regresan a la casa de Violeta, madre y abuela respectivamente de los hijos pródigos, para una reestructuración en sus vidas. Ellos encontrarían a una mujer huraña, arisca, solitaria y, asimismo, arraigada a sus costumbres. Samuel, quien transcurre la edad de la peseta (que no es ni pubertad ni adolescencia) se rebela a lo que antes le parecía intrascendente y omitible: los numerosos amantes de su madre, las faltas de atenciones hacia él, etc.
A pesar de sus defectos, La edad de la peseta posee algunas gracias que le confieren dinamismo y simpatía, más algunas visiones personales del autor, que felizmente no fueron trastocadas, como la personificación de la TV a través de una impúdica mujer que representa la iniciación en la morbosidad del mundo para los niños; la simpática alusión a la fastástica cuarta dimensión, lugar misterioso donde se encontraría todo lo perdido en el mundo real y que, a fin de cuentas, sería el nexo amistoso entre Samuel y su abuela; los carteles explicativos de la situación a tratarse, que nos indicaban la propuesta de la escena realizada y el trasfondo de la misma; el tratamiento pertinente de la fotografía con tonalidades luminosas y pasteles, al igual que los escenarios con la misma intención cromática; el ambiente infantil se percibe en cada plano de la película, hasta en la escenas más 'adultas' se presencia semiología referente a la inocencia y vivacidad . La edad de la peseta apela a la empatía con el niño transeúnte entre el infantilismo y su despertar pasional, identificando así sus amores y temores, como también viviendo sus primeras ilusiones y desencantos. La edad de la peseta aunque no es novedosa en esa lid, ni tampoco la mejor exponente, es fresca y correcta; no pretende en lo argumental más de lo que demuestra, denotando una sinceridad merecedora de reconocimiento. Giruod, metódico con el melodrama, recurre a la sensibilización facilista y perdurable de la historia, intentando explotarla con resultados contraproducentes, pues éste se convirte en su peor defecto de concepción. El desenlace fuerza las emociones sin éxito por el destino invariable hacia Norteamérica de un Samuel disconforme con la decisión pero imposibilitado de elección por su dependencia de tutores. Ese epílogo relativo al permanente dilema de la migración anticomunista, tema manido hasta la saciedad por los cubanos, provoca más rechazo y antipatía que congoja y melancolía como es la propuesta inicial, pues el mangoneo deliberado de las emociones termina estropeando el feedback positivo que se pudo haber conseguido.
La edad de la peseta augura un mejor futuro para Giroud, si omite esos encargos tan engorrosos y sepultadores como el que pergeñó, aunque posee defectos de linealidad y convencionalismos narrativos muy marcados, tiene el talento de saber contar una historia con un ritmo apreciable y distraído. Talento por el que Michael Bay vendería su alma.
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